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Un día muy preciso, hace ya cuarenta años, comprendí
cabalmente la obviedad de que la misma obra de arte que cumplía
con mis propósitos como artista era, simultáneamente, un
objeto comercial. Era todavía un estudiante de arte y en esa época
se nos enseñaba hacer "arte" (académico y desconectado
de la vida real) y no negocios, y el mercado me era tanto una utopía
como la revolución social.
A pesar de la distancia de las ventas (no totalmente salvada hasta el
día de hoy), desde el momento que me golpeó esa realización
tuve pánico con respecto a la negociación de mi trabajo.
No lo fue porque no me interesara el dinero, o porque considerara que
mi obra era demasiado "pura" para el comercio. Era más
debido a una vaga intuición y desconfianza de mis propias debilidades
- algo alrededor del miedo a una contaminación de mi facultad de
juzgar las cosas. En el caso en que llegara a vender una obra, nunca lograría
certidumbres sobre las motivaciones que generarían la creación
de la obra siguiente. Nunca sabría realmente si esa nueva obra,
en caso de seguir por el camino de la obra vendida, sería hecha
para repetir la venta o porque la investigación merecía
ser continuada.
Desgraciadamente el problema no se limitaba a mis tribulaciones personales.
La dicotomía comercio/arte en realidad también contaminaba
las certidumbres sobre el objeto mismo. Planteaba las dudas sobre el respeto
invertido frente a un objeto, sobre cual era la cuota de experiencia auténtica
en relación a la intimidación producida por un precio y,
en última instancia, sobre las causas de los fetichismos que gobiernan
los gustos, las colecciones y los museos.
Como estudiante, la percepción de esas contaminaciones se fueron
extendiendo a situaciones más complejas. Por ejemplo, el hecho
de que las señales indicativas de una identidad tienen un vida
extremadamente corta luego de la cual mueren en el estereotipo. Esta fue
una percepción que en una micro escala se me reveló al ver
la obra repetitiva de los últimos años de Chagall. A una
escala más grande y ya como adulto, el ejemplo claro fue dado por
cierto arte latinoamericano que culminó en los años ochenta.
En el caso de Chagall la estereotipación era consecuencia de una
pérdida de sus facultades creativas. En el segundo era consecuencia
de un proceso de generalización impuesto desde afuera. En ambas
fueron producto del mercado.
Durante la década de los ochenta, el arte latinoamericano tuvo
un vuelco hacia las artesanías locales. La cerámica, los
textiles, el rusticismo (el uso del barro, paja, piedras y materiales
desechables) tendieron a sustitutir el sello identificatorio que hasta
entonces había sido dado al arte por el realismo mágico.
El cambio fue producido por una confluencia de varios factores. Por un
lado estaban las ideas (más que las obras mismas) del "arte
povera" o, si no más, las fértiles evocaciones generadas
por el nombre. Por otro, fue la conciencia de la relación centro/periferia
en el campo artístico. Después de las batallas perdidas
en el campo político durante las décadas anteriores quedó
el intento de seguir la lucha en forma artística. Finalmente, por
esa época se renovó un interés en la búsqueda
de las raíces culturales - nacionales o continentales.
Lo que empezó como una búsqueda colectiva de identidad
fue rápidamente absorbido por el mercado internacional como una
identidad realizada. Lo que era no más que un proceso de tentatividad,
fue congelado en una forma. Fue una maniobra inteligente, porque lo que
había surgido como una respuesta a una necesidad local pudo, así,
ser insertado en el mercado como una categoría separada. Constituía
una categoría no competitiva y, a pesar de ello, comercializable.
Y aún mejor, coincidía con una estética avalada por
la exposición de "Primitivismo" del Museo de Arte Moderno
de Nueva York en 1984.
El proceso de estereotipación fue ganando en complejidad durante
los últimos años. Con una nueva red de galerías locales
económicamente fuertes y una proliferación de ferias de
arte en Latinoamérica, el mercado internacional dejó de
actuar unicamente desde lejos, y se superpuso a la periferia. La retroalimentación
de la transformación de identidad en estereotipo se hizo aún
más inmediata que en el sistema más polarizado del pasado.
La transición de la identidad al estereotipo desgraciadamente
no es reversible. En el mismo momento en que el artista preocupado por
un arte de identidad, comunitario o regionalista es comercializado, su
arte pasa a ser estereotipo y pierde su fuerza comunicativa colectiva
inicial. El recurso artístico sobre el que se basa su obra pierde
efectividad y tiene que ser descartado para dejar lugar a nuevos recursos,
o tiene que ser reapropiado en tal forma que el estereotipo vuelva a ser
refrescado y útil. Esta reapropiación es difícil
y generalmente va mediada por períodos de tiempo relativamente
largos (el estereotipo tiene que llegar a ser identificable como tal y
sus elementos des-internalizados).
Uno de los vehículos posibles más inmediatos y efectivos
para esta reapropiación es el humor y la ironía, los cuales,
al exponer el proceso, abren las puertas para la reutilización
de ciertos recursos. El artista colombiano Nadín Ospina trató
de resolver el problema creando versiones precolombinas de la familia
Simpson. Las esculturas son ejecutadas por falsificadores profesionales
de piezas arqueológicas en forma suficientemente precisa como para
confundir los esquemas culturales de arqueólogos en siglos venideros.
Una exposición reciente de tres artistas latinoamericanos: José
Bedia, Carlos Capelán y Saint Clair Cemin, ofreció un ejemplo
en el cual en lugar de obra se utilizaron las relaciones públicas.
Los artistas, concientes de las dinámicas descritas, escribieron
un comunicado de prensa sardónico declarando que:
"Después de largas discusiones y autoanálisis hemos
llegado a la siguiente conclusión: somos 'artesanos' y por lo tanto
nuestra actividad será concebida como la 'artesanía' propia
de nuestra profesión. [...] En este caso nuestra condición
de latinoamericanos nos permite introducir una nueva brisa creativa en
la producción artesanal occidental, la cual carece de la 'irradiación
espiritual' y de lo 'intangible', resultando hoy aún más
codificada que el objeto más 'perfecto'. [...] A Uds., este paquete
artesanal típico de nuestra condición caníbal, pobre
y periférica, pero completamente personal."
Lo interesante del caso fue que la muestra, que fuera organizada privadamente
por un galerista para coincidir con la 46a. Bienal de Venecia, fue promocionada
bajo el título de "Artesanía de la Periferia".
También fue notable el hecho que el título fue creado por
el galerista y no por los artistas. Así, lo que había comenzado
como ironía volvió al estereotipo.
No es casual que todo esto - tanto por el lado del galerista como por
el de los artistas - se haya efectuado en el contexto de una bienal internacional.
Hasta mediados de la década de los ochenta estas bienales no vacilaban
en presumir en que el arte es uno, universal y con valores homogéneos.
La ecuación de arte-comercio y arte-hegemonización no eran
todavía el blanco de desafíos serios. En 1984 se inauguró
la Primera Bienal de la Habana, comenzando así una nueva serie
de muestras institucionalizadas diseñadas, mal que bien, para crear
una caja de resonancia específica para el arte de la periferia.
A distancia de una década, la Bienal de la Habana fue la más
ambiciosa, experimental (con respecto a su propia estructura), y más
claramente preocupada por los temas de la marginalidad. La parte de exposición
de obra fue puesta en un contexto de discusiones y de actividades culturales
con la idea general de lograr un foro para el intercambio de ideas para
los artistas del Tercer Mundo (aún cuando no se lograra precisar
quien pertenece y quien no a este mundo). En sus cinco versiones, la más
reciente en 1994 [1], la Bienal se fue afirmando en el ámbito internacional
como el lugar de presentación de aquel arte que generalmente es
invisible en el mercado hegemónico.
El proyecto de la Bienal no fue puramente filantrópico e idealista.
La imagen de Cuba se promocionó efectivamente y el arte cubano,
hasta entonces prácticamente desconocido en el resto del mundo,
comenzó a circular rápidamente. El turismo artístico
creció en progresión geométrica de bienal en bienal,
incluído el proveniente de los Estados Unidos, desafiando las múltiples
prohibiciones del embargo. Con el progresivo éxito de la Bienal,
las galerías internacionales comenzaron a enviar sus exploradores.
Era claro que la Bienal era el lugar para identificar nuevos talentos
a bajo precio, un abastecedor de material rejuvenecedor para el mercado.
En una de las mesas redondas de la V Bienal, fue precisamente ese comentario
el que el galerista norteamericano Alex Rosenberg usó para elogiar
a la Bienal. Fue también un consejo que el coleccionista alemán
Peter Ludwig había puesto en la práctica un par de años
antes, cuando adquiriera prácticamente toda la exposición
"Kuba O.K." que se hiciera en Düsseldorf. [2]
Las ecuaciones arte-comercio y arte-hegemonización, por lo tanto,
comenzaron a desplazar los ideales iniciales de la Bienal. Es así
que el éxito de la Bienal de la Habana también simboliza
su muerte y obliga a una seria revisión estructural. [ 3 ] Los
dilemas de la Bienal sintetizados en un ¿es posible utilizar a
Peter Ludwig sin ser utilizado por él? provocados por su ofrecimiento
de dinero para enmarcar obras en la Bienal, se repiten para Cuba entera.
[4] Abel Prieto, presidente de la Unión de Escritores y Artistas
Cubanos, frente a la intimación de que Cuba estaba haciendo concesiones,
no solamente al capitalismo sino también al neo-liberalismo, recientemente
respondió:
"Estamos transitando en sentido contrario de los esquemas clásicos
del neo-liberalismo: El estado cubano se asocia al capital extranjero,
pero con el fin de generar y redistribuir los beneficios con un principio
socialista. Apelamos a ciertos instrumentos capitalistas para poder sobrevivir,
pero no despojamos al Estado de su capacidad de actuar sobre los procesos
económicos." [5]
Tenemos así, con todo lo anterior, tres casos representando el
mismo problema, uno individual, uno colectivo y uno institucional (y nacional).
En otras épocas, como la mía personal citada de hace cuarenta
años, todo lo que se percibía como corrupción se
enfrentaba en una forma maniqueista. Esta percepción extremada
de las cosas generaba las interminables trifulcas estudiantiles sobre
el fin y los medios durante mi juventud. Hoy el asunto se ha convertido
en algo más borroso, complejo y frágil: se trata del problema
- traduciendo la cita de Prieto a su esencia - de "como utilizar
la corrupción sin corromperse".
El dilema no tiene solución y, como consecuencia, me armé
una estructura moral que terminé denominando "cinismo ético".
La esencia de esta posición se basa en la idea de que prostituirse
a sabiendas es mejor que prostituirse inconscientemente. En el primer
caso es estrategia, en el segundo es corrupción. Como una estrategia
me sirve para identificar la línea que se está por cruzar
y por lo tanto me permite, hasta cierto punto, la reversibilidad del acto.
Limitándose a ser una corrupción producto de la inconsciencia,
el acto se ve forzado a desembocar en una retórica justificativa,
sin la posibilidad de que uno pueda asumir la responsabilidad de la decisión.
La ventaja del uso de la estrategia es que permite un análisis
de las condiciones. Entre esas condiciones, permite la utilización
de aquellas que pueden llevar a la implementación de una ideología,
aún cuando ésta pueda parecer contradicha por los pasos
tomados para instrumentarla. Pero esta frase que acabo de escribir es
realmente terrible, porque lo que termina afirmando es que el fin justifica
los medios. Y aquel día en que comprendí que el objeto de
arte también es un objeto comercial, la iluminación había
venido de la creencia profunda en lo opuesto: de que el fin jamás
puede justificar los medios.
Los cuarenta años transcurridos no borraron mi ideología
de entonces, pero sí me aclararon que hay una diferencia seria
entre mis creencias utópicas y puras y la realidad en que vivimos.
Con el "cinismo ético" logré, al menos, fabricarme
la ilusión de que puedo seguir manteniendo mis ideas puras o que,
por lo menos, las puedo identificar. Esa pureza (o, desde algunos puntos
de vista, ingenuidad) incluye varias creencias que todavía tratan
de guiar mi pensamiento. Una es que el trabajo artístico individual
es incidental y que la cultura es un proceso colectivo. Otra es que la
comercialización es lo que subraya el mito individualista. Y aún
más allá, que es la comercialización la cual manipula
y distorsiona las funciones de las artes nacionales de ser originalmente
expresiones comunales a convertirse en expresiones chovinistas. Y, finalmente,
que es la comercialización quien, en el campo artístico,
convierte la polaridad centro/periferia en una relación de poder.
Estas constataciones me fechan irremediablemente en un pasado lejano,
pero particularmente la última parece, además, estúpidamente
banal. Decir que la relación centro/periferia es una de poder es
una declaración tautológica, ya que precisamente es la relación
de poder la que generó la nomenclatura. Pero lo que es una obviedad
para los intercambios bélicos, políticos y económicos
(y también para los intercambios artísticos en la medida
en que sirven a los anteriores), lo es menos para el campo artístico
discutido aisladamente.
Es menos obvio porque, en primer lugar, las discusiones sobre arte se
concentran, todavía, en la "calidad" del objeto en lugar
de la escala de valores que determina esa calidad. En segundo lugar, porque
presumen que si la calidad es legible, transferible, y válida en
el nivel hegemónico, lo es también en la periferia y, en
menor grado pero también, al revés (en este caso la ilegibilidad
muchas veces es atribuída a una falta de calidad). En tercer lugar,
las discusiones no diferencian entre función cultural y función
comercial. Cuando se habla de crisis en el arte, se habla simultáneamente
de crisis formal y comercial en el mercado hegemónico. [6] Todo
esto es para proyectar una imagen del arte como una actividad incontaminada,
de carácter universal, eterno y absoluto. Es así que los
elementos identificatorios culturales regionales o comunales pasan a ser
atributos formales en lugar de comunicativos. Pasan a ser una parte del
envoltorio artístico en lugar de permanecer como un elemento intrínsico
de la comunicación. De acuerdo a la escala de valores que determina
la calidad, el envoltorio artístico tiene que presumir de ciertas
aspiraciones de eternidad. Así, como la comunicación local
está sujeta a parámetros temporales variables y pasajeros,
el "regionalismo" no serviría a menos que contribuya
elementos formales al arte hegemónico. Se establece así
un semi-respeto hegemónico por el arte periférico.
Si los efectos de esta relación de poder consistieran solamente
en la aceptación de cierto arte periférico en el mercado
hegemónico y en la comercialización de sus productos comerciabilizables,
el tema no merecería mayor discusión. El otro arte, el dirigido
culturalmente a su público local, podría continuar con su
función sin tropiezos. Pero las disyuntivas referentes a la corrupción
discutidas a nivel individual también operan a nivel colectivo.
Los elementos identificatorios, una vez digeridos por el mercado como
un elemento formal, retornan a la periferia como un reflejo enviado por
un espejo autoritativo y autoritario. A nivel colectivo, la adopción
de ciertos recursos "reflejados" en ese espejo impide determinar
si se está confirmando un estereotipo con un potencial comercial
o si se está consolidando una identidad.
Las opciones viables parecen cada vez más limitadas y las cooptaciones
y estereotipaciones cada vez más rápidas, fuertes y, desgraciadamente,
inteligentes. El neo-conservatismo había ya logrado el desprestigio
de muchas posiciones progresistas simplemente estereotipándolas
con el término de "políticamente correcto", término
que, paradójicamente, fuera creada burlonamente por la propia izquierda
norteamericana y que resultara su primera víctima. Un término
de aparición más reciente, esta vez aplicado más
directamente a las artes, es el de "arte de víctima".
Fue popularizado por una crítica de danza norteamericana, Arlene
Croce, en referencia a la pieza de ballet de Bill T. Jones "Still/Here"
(creada alrededor del tema del SIDA) para justificar su no asistencia
al espectáculo. [7] En su artículo Croce trató de
separar el voyerismo de la crítica, la queja de la expresión,
la terapia de la creación. A primera vista, esta tarea parece encomiable
y necesaria. Croce sintió que Jones la forzaría demagógicamente
a tener compasión por las víctimas del SIDA - quienes son
entrevistadas y actúan en la pieza - y con eso invalidarle la posibilidad
de un juicio crítico.
Croce, implícitamente, trató de mantener su propia escala
de valores (y su definición del arte) intocada por el contenido.
Habla de "arte de víctima" como "una versión
politizada de la extorsión a la que apelan creadores, incluso grandes
creadores como Chaplin en sus momentos de mayor autocompasión",
y termina su ensayo diciendo que "solamente el narcisismo de los
noventa pudo poner el yo en el lugar del espíritu". A los
seis meses de existencia, el término "arte de víctima"
ha puesto toda expresión artística política o representante
de alguna mínoría (o mayoría) moderadamente oprimida,
en un contexto de autocompasión y de explotación sentimental.
Logró una redirección política de la percepción
del arte de una efectividad como pocas obras lo han logrado en toda la
historia del arte. Que a Croce se le escape la posible necesidad de una
redefinición del arte que pueda acomodar a ambos, ética
y estética, parece un hecho incidental y secundario dentro de su
ideología. Una vez más la necesidad de cambio y el cambio
mismo son denominados "crisis".
Croce, dentro de sus limitaciones, trata de mantener sus escalas de valores
claras y separadas. En ese sentido representa, dentro de lo que podemos
llamar una ideología hegemonista, una posición tradicionalista
y conservadora. La posición de Croce se enfrenta, dentro de ese
mismo hegemonismo, a una tendencia mucho más confusionista. Es
la posición paradigmáticamente representada por las campañas
publicitarias de Benetton. Las escalas de valores teóricamente
incompatibles, arte-causas ideológicas en el caso de Croce, arte-comercio
en partes de esta nota, todas confluyen completamente hacia un total integrado
en la obra publicitaria de Benetton, la cual parecería tratar de
validar el "arte de víctima". La integración es
tan exitosa que todavía no he encontrado ningún texto con
una estructura teórica coherente capaz de desarticular lo que algunos
llaman "benettonismo" sin destruir las propias posiciones desde
las cuales pueda partir esa teoría. Por suerte Benetton todavía
no ha tenido la idea de invitar a artistas "políticos"
para la producción de avisos para su campaña. El día
que lo haga, estos artistas tendrán dificultades para rechazar
la oferta en forma que no sea usando una negación fanática,
casi religiosa y no argumentativa. La tentación del poder otorgado
por una difusión extrema, sumada a la ausencia de una publicidad
comercial explícita, daría - aparentemente - una especie
de coartada moral para aceptar la oportunidad. Pero sería caer
en una situación en la cual se puede creer que se está utilizando
la corrupción sin corromperse, y en donde se cae - por lo menos
desde el punto de vista aquí expresado - en la prostitución
inconsciente.
Solo puedo decir que soy conciente de que el "cinismo ético"
al que me refería antes es una respuesta de tintes esquizofrénicos
frente a toda esta situación. Con esta respuesta trato de mantener
separadas nítidamente dos escalas de valores contradictorias. Es
mi único recurso (hasta este momento) en un medio en donde siento
que la esquizofrenia con respecto a los valores ha logrado un estado de
implosión. En ese estado las superposiciones de escalas de valores
disímiles ocultan todas aquellas discrepancias que antes nos permitían,
con tanta elegancia, los maniqueísmos y los purismos esencialistas.
Esta esquizofrenia implosionada, que más superficialmente y con
cierto simplismo se registra simplemente como hipocresía, ha logrado
el milagro admirable de elevar la esquizofrenia abierta y tradicional
a un nivel ético superior.
Tengo que terminar, entonces, confesando una nostalgia romántica
por la época en que era posible creer sólidamente en que
el fin jamás justifica los medios. No es que realmente fuera cierto
en aquel entonces, pero al menos uno tenía la ventaja de poder
pensar que era cierto. Quizás, en el día de hoy, el único
camino que nos queda transitable hacia una utopía sea el de mantener
viva la facultad de especular, no de que sea cierto, sino sobre la posibilidad
de que sea cierto. Quizás la lucha de hoy, muy modesta, se tenga
que limitar a tratar de que no nos quiten también eso.
Pero hay otra cosa que es evidente. Si un simple uso de términos
tan esquemáticos como "políticamente correcto"
y "arte de víctima" alcanza para descalabrar y desprestigiar
ideas que percibimos como complejas y válidas, quiere decir que
hay algo en nuestra plataforma que necesita un ajuste serio. Y esta tarea
de ajuste probablemente es una en la cual la nostalgia no tiene cabida.
Este texto iba a terminar aquí, pero no pude quedarme en eso.
Se lo dí a leer a varios amigos para ver que pensaban. Uno en particular,
con la mitad de mis años y autodefinido como izquierdista, hizo
tres comentarios. El primero, medio fulminante consistió en un
: "Muy bueno, sin agujeros, pero muy setentoide." El segundo,
medio desconcertante, fue: "A mi no me parece mal la campaña
de Benetton." El tercero, quizás el más fermental,
fue: "No tengo una solución clara, creo que la ética
es fundamental, y pienso que el asunto consiste en continuamente meterse
y salirse, meterse y salirse."
No logré sonsacar elaboraciones teóricas sobre todo esto
y mi primera labor consistió en reponerme del descubrimiento de
que el quiebre generacional me había tocado en serio. Siempre hablo
de ese quiebre, pero es una forma de coquetería, una afectación
que tapa la creencia de que sigo viviendo dentro de la generación
joven. Pero una vez repuesto, la tercera observación se hizo más
y más interesante. Lo que mi amigo planteaba era una estrategia
de infiltraciones múltiples, suficientemente cortas como para no
terminar absorbido o coaccionado, pero aceptando la existencia de la realidad
en sus propios términos en lugar de negarla en términos
idealistas. El secreto del tipo, que nunca alcanzó a decírmelo
- quizás porque él mismo no se dió cuenta - era que
aceptar la realidad en sus propios términos no es sinónimo
de aprobar a esa realidad. Las infiltraciones sucesivas - y estoy hablando
teóricamente, porque no tengo idea de como se instrumenta esto
en la práctica - tienen la ventaja de no tener tiempo para contaminar
al infiltrado.
La diferencia generacional, entonces, está en una cierta inocencia
de las nuevas generaciones y su presumible capacidad de mantenerla. Cuando
yo hablo de "prostituirse a sabiendas" como una forma de protección
en contra de la corrupción, estoy en realidad planteando una estrategia
que también es maniqueísta. Equipara el "meterse"
con el "prostituirse" y acepta la pérdida de la inocencia
como algo inevitable, como un evento de dimensiones casi bíblicas.
La estrategia de la infiltración múltiple y corta parece
no tocar la inocencia.
Es interesante, volviendo al ejemplo de Cuba, que a principios de esta
década, cuando la mayoría de los artistas consagrados se
habían ido del país y la economía también,
mi predicción fue el desastre artístico. El eslabón
pedagógico entre los formados y los por formarse se había
casi roto, los subsidios para el arte desaparecieron, la competencia entre
los artistas por establecerse en un mercado limitado se hizo aguda. Y
sin embargo surgió una nueva generación fértil, estéticamente
y éticamente crìtica. Que además vende y que a pesar
de vender mantiene su humor.
Y al fin de cuentas todo parece confuso y confusionista, falsamente aclarado
por esquemas insatisfactorios, porque no enfocamos el nudo del problema.
En realidad todos estamos luchando por el poder de darle significado a
las cosas. Como dice el antropólogo sueco Ulf Hannerz, está
el mercado, está el gobierno y está la "forma de vida",
o sea la cultura producida por la gente al margen del mercado y del gobierno.
[8] Aunque a veces coinciden en sus valores, cada uno de estos entes tiene
sus propias dinámicas para significar las cosas. Es un hecho que
tendemos a pasar por alto, en gran parte porque el artista, el significador
por excelencia, se pliega a distintas causas en distintos momentos, o
mejor dicho, distintos artistas se comprometen con entes distintos. Entonces
un gobierno y un mercado pueden ser nacionalistas mientras la forma de
vida y los artistas son regionalistas, o los artistas y el mercado son
globalistas mientras que el gobierno y la forma de vida son localistas,
o el gobierno sirve a otro gobierno mientras que los artistas y la forma
de vida resisten, etc. Las permutaciones son muchas, pero al final lo
que queda es una acumulación de significados que determinan la
cultura de la que formamos parte, a la que, mal que bien, contribuyeron
todos.
El sociológo francés Pierre Bourdieu analizó algunas
de estas cosas en su libro "El Campo de la Producción Cultural".
Describe el arte autónomo como aquel que históricamente
surgió en oposición a, por un lado, el arte representante
de los valores burgueses o dominantes en el siglo XIX y, a aquel otro
que, socialmente revolucionario, fue creado para combatir esos valores.
Pero también aquí tenemos una tríada impura, donde
las alineaciones cambian constantemente de acuerdo a la situación
social y a que poderes dominan la sociedad.
La verdad es que el purismo de mi juventud, rígido y dogmático,
conducía irremediablemente a un elitismo que mi generación,
en términos políticos, negaba fervorosamente. Separaba al
artista, aún cuando politizado, de la realidad, de esa realidad
que incluye gobiernos, mercados y gente, para darle el monopolio del proceso
de significar las cosas.
El reconocimiento de esos errores del pasado no implica un cambio en
mi posición ética. Quizás resulte, en algún
futuro, en un cambio de estrategias, aunque en mi caso lo dudo. Y todas
estas consideraciones tampoco me generan una mayor simpatía por
los avisos de Benetton, aunque no puedo evitar una cierta admiración.
Así que lo único que logro con todo esto es volverme a sentir
al principio de las cosas y renovar la certidumbre de que todo es muy,
pero muy complicado.
Notas
1. Cuando el autor escribió el texto en 1995, la
última Bienal de La Habana había sido la quinta (nota del
redactor)
2. "Kuba O.K. - aktuelle Kunst aus Kuba", (arte
actual de Cuba) Städtische Kunsthalle Düsseldorf, en colaboración
con el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, Cuba. 1 de abril hasta
el 13 de mayo de 1990. La exposición organizada por el director
de la Kunsthalle, Jürgen Harten, y por el artista y curador cubano
Antonio Eligio Fernández (Tonel), generó mucha atención
en Alemania respecto del arte jóven cubano. Por medio de ella Peter
Ludwig llegó a conocer este arte, del cual adquirió numerosas
obras. (nota del redactor)
3. Los organizadores de la Bienal son concientes del problema
y están tratando de reorganizar el formato para la bienal que viene.
4. El uso de Ludwig aquí quiso ser una metáfora,
pero adquirió otra dimensión al leer un reportaje (La Maga,
Buenos Aires, mayo 24, 1995, pp. 36-37) que finaliza con Ludwig declarando
con respecto a la Fundación Ludwig que creara en La Habana después
de la V Bienal: "Pero primero lo importante es ayudar a artistas
cubanos. Después el siguiente paso será también enseñar
arte internacional en La Habana y en Cuba."
5. Nelson Cesin, "Foro de San Pablo: Los primeros
aportes", Brecha, Montevideo, Mayo 25, 1995, p. 8
6. En un reciente simposio en que se discutiera la "crisis"
del arte de hoy, uno de los artistas participantes, Carlos Capelán,
trató de reorientar la discusión planteando que él
se sentía muy bien y que estaba creando con toda tranquilidad y
satisfacción.
7. Arlene Croce, "Discussing the Undiscussable",
The New Yorker, diciembre 26/enero 2, 1995, pp. 53-60. El término
fue creado por el crítico de Time Magazine, Robert Hughes.
8. Ulf Hannerz, "Scenarios for Peripheral Cultures"
en: Culture, Globalization and the World System, pp. 107-128.
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Luis Camnitzer
* 1937 Lübeck, Alemania. Creció en Uruguay, país del que es ciudadano. Vive en Nueva York EE.UU. En 2002 participó en la Documenta 11 en Kassel.
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