índice no. 8
José Roca
Reflexiones críticas desde Colombia


Espacios Vacíos

Toda lectura es relectura, así como todo libro es muchos libros a la vez. La lectura simultánea de varias obras literarias conforma una obra nueva en el espíritu del lector, al establecer conexiones que cargan de nuevos sentidos cada texto al ser »contaminado« por las imágenes aún frescas de la lectura de la víspera. Los dos libros que comparto aquí han devenido complementarios y me han aportado inmensamente, al permitirme salir de la peligrosa trampa que supone la reiteración obstinada en un tema que me apasiona: el Museo.

Al filo del milenio, el debate sobre los límites del Museo se polariza cada vez más. Desde los epígonos de espacio neutro, análogo al espacio vacío que propone Peter Brook para el teatro (en donde es el contenido lo que realmente importa, no el cascarón que lo contiene), hasta el edificio protagonista, que suplanta la obra y se convierte él mismo en objeto de contemplación, el Museo se mantiene como tópico indiscutible de la discusión artística contemporánea.

La tendencia generalizada en la arquitectura de museos actual apunta hacia edificios fuertemente cargados, en los que el artista ve a menudo relegada su obra a un rol subalterno, pues el espacio la condiciona fuertemente. Peter Plagens (Artforum, dic.'97) afirma: »el edificio de Gehry (el Guggenheim de Bilbao) es tan revolucionario que, una vez adentro, tuve la sensación precisa de estar en el inicio de algo en Arquitectura, y el fin de algo en el arte«. Dan Cameron, curador del New Museum de Nueva York, corrobora: »...la obra de arte mas genuinamente novedosa de 1997 estaba emplazada en una ribera del río en la antigua ciudad vasca de Bilbao, España. (...) la adición de Frank Gehry a la galaxia del Guggenheim no se parecía a ninguna otra obra en la historia de la arquitectura (excepto, tal vez, en espíritu, a la Torre Einstein en Potsdam, 1920-21, de Erich Mendelsohnn). (...) Los objetos (de arte) gigantes y estáticos como la navaja suiza de Claes Oldenburg y el multimillonario encargo a James Rosenquist, "»el nadador en el economista« (ambos colocados en la galería mas grande del Guggenheim), se veían cada vez mas como los dinosaurios incidentales que tal vez son. Cosa particular, un museo construido específicamente para acomodar arte contemporáneo finalizará - al enfatizar, por comparación, su carácter inerte - por hacerlo obsoleto.

Ante un edificio museal erigido en obra de arte total inclusive por la crítica mas especializada, la tesis planteada por Rémy Zaugg en su bello ensayo »El Museo de Bellas Artes con el que sueño, o el lugar de la obra y el hombre« (les presses du réel, Dijon, 1995), es refrescante y casi retardataria: una suerte de retorno al origen. Zaugg, artista y museógrafo, ha animado el debate cultural europeo con posiciones controvertidas y radicales. El ensayo »construye« literalmente, a través de la progresión del discurso, la semblanza de un Museo ideal: el recinto, el piso, los muros, el techo, las luces, la circulación... »El objeto de mi sueño es simple, incluso trivial. Se trata del lugar que dice la obra, la obra del hombre (...) Este lugar, hoy en día, no existe (...) Es este lugar imaginario que intentaré establecer aquí Es allí donde radica mi trabajo de artista«. Rémy Zaugg no contradice la noción generalmente aceptada de Museo, su rol secular de atesorar para mostrar, sino que se remite a su esencia: es el lugar en donde la obra encuentra al hombre, y donde el hombre encuentra la obra. De allí se infiere un punto esencial: si el museo posibilita que el espectador se encuentre con la obra, su rol es el de catalizador de este encuentro y solo existe cuando sucede tal intercambio. En sus Documentos, George Bataille propone una definición poco ortodoxa para Museo: »Hay que tener en cuenta que tanto las salas como los objetos artísticos no son mas que un recipiente cuyo contenido está formado por los visitantes: (es el contenido que diferencia un Museo de una colección privada). (...) los cuadros son solo superficies muertas y los juegos, los resplandores y las emanaciones de luz descritas técnicamente por los críticos, se producen en la multitud«. Esta posición va más allá de la noción tradicional del espacio como contenedor y la obra como contenido, para situar este último en el espectador.

Por su parte, Peter Brook comienza su libro »El espacio vacío, arte y técnica del teatro«. (Nexos, Barcelona, 1986) con una frase que lo condensa desde el inicio: »Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo. Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro lo observa, y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral«. El Teatro y el Museo son similares: la diferencia radica en que en el primero el espectador está quieto mientras lo que observa habitualmente se mueve; en el museo sucede lo contrario. Es particular que tanto Zaugg como Brook insistan en ese recinto despojado. »Es precisamente su forma la que caracteriza el vaso como tal, escribía Lacan en 'De la creación de Ex Nihilo', refiriéndose a la metáfora heideggeriana del vaso cono el utensilio primigenio: Es justamente el vacío que crea, introduciendo así la perspectiva misma de llenarlo«. Robert Musil también apoya esta noción del museo como espacio reservado para el arte, como su casa íntima, su recinto protector (implicando asimismo su rol validatorio): »el objeto existe sólo gracias a sus límites, y, por lo tanto, bajo la forma de un acto de algún modo hostil al mundo que lo circunda«.

La coincidencia entre el libro de Brook, escrito en la turbulenta Europa del 68, y el de Zaugg - enunciado como conferencia en el Museo de Arte de Basilea con motivo del cincuentenario del edificio en 1986, pero editado en forma de libro el año antepasado - no es casual: en momentos de confusión y ruptura, la única posición válida parece ser un retorno a la esencia de las cosas, para buscar allí las bases del edificio, literalmente.

Bogotá, Octubre de 1998.

Un fragmento de este texto fue publicado en "Lecturas Compartidas" del periódico El Espectador.

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