índice no. 42
José Roca
Reflexiones críticas desde Colombia

22 de marzo de 2002
Sooja Kim: Una mujer espejo
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 + zoom Del 23 de Febrero hasta el 18 de mayo de 2002 se presenta en la Galería Peter Blum de Nueva York la exposición A Mirror Woman (Una mujer espejo), de la artista coreana Sooja Kim. Paralelamente se puede ver una obra suya comoparte de la Bienal del Whitney (que este año ha desbordado los límites físicos del edificio de Marcel Breuer interviniendo el espacio público del Central Park). La obra de Kim en la Bienal se titula Deductive Object (Objeto Deductivo), y ha sido realizada en el Leaping Frog Café, al interior del zoológico del parque.

La noción de nomadismo ha sido privilegiada en la discusión y en la práctica de las artes visuales en la última década, coincidiendo con el fenómeno de globalización y los efectos que ésta ha tenido en la circulación de bienes y sujetos -tanto en términos económicos y culturales- y la "contaminación" mutua que este tráfico implica. Sooja Kim, artista coreana residente en Nueva York, es uno de aquellos artistas que ejemplifican de manera compleja las paradojas de la globalización. A la vez que trabaja con materiales y referencias profundamente locales, su obra se ha insertado cómodamente en la escena internacional, manteniendo una posición de resistencia a ser digerida en un internacionalismo aséptico pero cuidándose,en tiempos de multiculturalismo, de hiperbolizar los rasgos de su diferencia para hacerse más "exótica" en un medio ávido de otredad.

Sooja Kim no es una cara nueva en Nueva York. Hace apenas un año, P.S.1. (el espacio "alternativo" por excelencia de los 90, hoy en día asociado a MoMA) realizó una exposición individual de su trabajo, y ya había sido mostrada en ese mismo espacio poco antes, en el marco de la muy publicitada Cities on the Move. Tal vez la obra que le ha dado mayor visibilidad internacional es su serie de vídeos titulada A Needle Woman (una mujer aguja), iniciada en 1999. La artista viajó a ocho ciudades en varios continentes, entre ellas varias de las urbes mas populosas del mundo: El Cairo, Nueva Delhi, Lagos, Londres, Ciudad de México, Nueva York, Shangai y Tokio. Por lo general son presentados como proyecciones de gran formato, en cuya imagen se ve a la artista de espaldas en una calle concurrida de la ciudad.

Los transeúntes ven en dirección a la cámara -que se encuentra a una distancia considerable- y esta profundidad de campo tiene como efecto un "aplanamiento" de la imagen en la cual se funden figura y fondo y es difícil calcular la cercanía entre la artista y los paseantes que vienen a su encuentro. La artista está inmóvil en actitud de meditar, totalmente pasiva frente a la reacción de la gente. Esta pasividad genera una tensión: en todo momento estamos esperando que sea interpelada, molestada o incluso agredida. Una de las lecturas inmediatas que suscita la obra es la de la incómoda relación del individuo frente a la sociedad, un acto personal de meditación enfrentado a la interacción colectiva al estar situado en el espacio público. La artista opone la lentitud de un tiempo individual, metafísico, a la velocidad del tiempo colectivo, cuyo ritmo está marcado por convenciones. A Needle Woman es, en palabras de Paulo Herkenhoff, "la cartografía de un 'ser desplazado'". La aguja, nos recuerda la artista, es una imagen ambigua, tanto masculina como femenina: "puede infligir una herida y al mismo tiempo ser usada para sanarla". Al enfrentarse al río humano en las calles de estas grandes ciudades, Sooja Kim está penetrando el tejido social a la vez que siendo permeada por sus particularidades. Esta tensión es claramente perceptible en los vídeos, en donde hay siempre una sensación latente de la violencia -implícita en la confrontación entre individuo y sociedad, entre extranjero y local, entre la mujer y una sociedad falocéntrica; la confrontación es literalizada por la disposición formal de la performance.

El estatus de extranjero en otro país y la condición del inmigrante urbano también son invocados aquí. El contraste entre un paisaje urbano lleno de color y vitalidad, y la imagen inmóvil de la artista, vestida siempre con la misma con túnica gris (que recuerda la ropa de los indigentes y los sin-techo, presencias infaltables en todas las metrópolis contemporáneas) añade una lectura política a esta confrontación individuo/sociedad. Es de anotar que la escogencia de un artículo indefinido para titular la obra, "una" mujer aguja en vez de "la" mujer aguja, atestigua sobre la voluntad de Sooja Kim de aludir más a la condición humana que a una historia particular, presentándonos "el alma perdida de la modernidad globalizada", como anotara el crítico Ken Jonson en el New York Times.

La obra de Kim se inscribe en la tradición de la performance, aunque el cuerpo aquí permanece inmóvil. Pero también se inscribe en el género del paisaje y, porqué no, del documental urbano. Estos vídeos son retratos de la vida ciudadana en cada uno de los contextos escogidos: la arquitectura caótica en la que se mezclan tradición y modernidad en ciudades como Delhi y Shangai; los ríos humanos en Nueva York o Tokio. Cada vídeo incorpora abundante información sociológica sobre el "color local": ropa, medios de transporte, formas de relacionarse en el espacio público. En Nueva York y Londres la gente se ignora mutuamente (e ignora a la artista) pero a la vez habla por teléfonos celulares, estableciendo una trama relacional alternativa en la cual la noción de la calle como el espacio de interacción social por excelencia es puesta a prueba por la realidad tecnológica y social de las grandes urbes contemporáneas. Las imágenes de las ocho ciudades varían significativamente, en su color, textura y, como ya se dijo, en la actitud de los transeúntes respecto a la artista, confirmando que en la base de los estereotipos nacionales existe mucho de verdad: en Londres y Nueva York, culturas en donde la individualidad es un bien preciado, la gente pasa de lado sin involucrarse, minding their own business, haciendo de cuenta que no está allí. En las ciudades de Asia se percibe una actitud similar, aunque las miradas subrepticias testimonian más de una naturaleza tímida que de una afirmación de individualidad. Y se podrían hacer lecturas aún más particulares: como bien lo anota el crítico Gregory Volk, en Tokio la artista podría perfectamente no estar allí, pues a gente la ignora por completo, "ante lo cual es inevitable pensar en cómo la minoría coreana en Japón ha padecido mucho tiempo de invisibilidad cultural y discriminación". En Sao Paulo o México la gente fue más directa en satisfacer isualmente la curiosidad que le generaba esta inusitada resencia urbana (una mujer de origen asiático completamente inmóvil en una acera es sin duda una aparición inesperada), mientras que en Lagos, la performance causó un verdadero colapso en la circulación de esta populosa urbe africana, cuando un grupo de muchachos se agolpó en torno a la artista para mirarla, hacerle preguntas y tratar de lograr algún tipo de reacción. Y así en cada caso.

Desde 1994 la artista ha utilizado telas multicolores que presenta de varias maneras: extendidas en el suelo, dobladas en montones, colgadas de líneas como si estuvieran secándose al sol o armando bultos (que ella denomina Bottaris"), los cuales se han convertido en una de sus recursos visuales más característicos. En sus diferentes utilizaciones, estas telas coloridas tienen una gran capacidad evocativa; recuerdan la ropa colgada en los patios, o puesta a secar en las orillas de los ríos en las áreas rurales de muchos países -no solamente en el Tercer Mundo. Los bultos tienen lecturas más complejas; es inevitable pensar en los desplazados urbanos con sus pertenencias a cuestas, u incluso en asociaciones más macabras, pues muchos de ellos tienen el tamaño suficiente para envolver un cuerpo humano. La tela en este caso es un límite delicado entre interior y exterior, entre espíritu y materialidad, entre el individuo y el mundo que lo circunda. Los Bottaris son realizados a partir de telas tradicionalmente usadas en Corea para envolver objetos domésticos como ropa o libros. Estos bultos simbolizan el desplazamiento histórico de la población coreana, pero tocan al hacerlo una preocupación global, el fenómeno de los migrantes internos y de los inmigrantes, desplazados de sus lugares de origen por razones diversas -religiosas, políticas, económicas- uno de los asuntos de mayor actualidad en las sociedades postindustriales. Los Bottaris son la casa en ausencia de la casa, índices de una lugar abandonado o perdido, que garantizan una conexión con la historia.

A Mirror Woman, la instalación en la Galería Peter Blum, consiste en una especie de laberinto multicolor formado por las telas que cuelgan de cables como los utilizados para secar la ropa, que atraviesan transversalmente el espacio rectangular de la galería en toda su extensión. En las dos paredes laterales la artista ha colocado espejos que cubren toda la superficie de los muros, con lo cual uno tiene la sensación de estar inmerso en un espacio infinito. Para Kim, el espejo es "otra forma de envolver el mundo". Estos textiles están asociados a la condición de la mujer en la sociedad coreana, y a ritos domésticos como el coser y bordar cubrelechos como regalo de matrimonio. Sooja Kim ha descrito cómo llegó a este material: "estaba cosiendo un cubrelecho para mi madre y en un momento dado tuve la extraña sensación de que mis pensamientos, mis sentimientos y mis acciones parecían llegar a coincidir [en la tela y en el acto de coserla]". Estas telas tienen todas la misma forma y tamaño (un cuadrado regular), pero varían significativamente en su color, textura y composición, debido a que son realizadas en muchos casos a partir de retazos de vestidos usados o de otras cobijas. La mayoría de ellas pertenecía a alguien, y esta "carga" biográfica es perceptible en la instalación, en donde cobran una presencia conmovedora.

La intervención en le Leap Frog Café en el Central Park es muy sutil, pues como no se trata de un espacio artístico, las telas tienden a mimetizarse en el ambiente colorido del parque. Al utilizar los cubrelechos como manteles en el restaurante, Sooja Kim incorpora en este ámbito de socialización la presencia de vivencias pasadas en otros tiempos y en otros contextos; al parecer este desplazamiento es de por si un acto transgresor, pues en Corea es tabú comer encima de la cama. Probablemente un comensal desprevenido no repare en la presencia de "la obra", pero esto es el riesgo asociado a toda intervención que no esté codificada por su inclusión en un espacio museológico. Lo que si es seguro es que para muchos otros el acto social que se estructura en torno a la mesa (comer, conversar, tomar un café) estará mediado por su presencia, y por la conciencia de que estas telas han sido testigos mudos de muchas otras vidas. Como los espejos.

José Roca

(este artículo fue publicado originalmente en la revista online Centrodearte.com)
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