índice no. 38
José Roca
Reflexiones críticas desde Colombia

Comentario a Columna 38 7 de octubre de 2001
Sara Araújo
Periodista cultural (El Espectador)

El día que me informaron de mi ingreso a la redacción cultural de El Espectador, el 18 de julio de 2000, el editor terminó la conversación diciendo que la primera tarea sería hacer un pequeño perfil de Consuelo Araújo, mi tía, porque la acababan de nombrar ministra de Cultura. Ya era bastante paradójico empezar mi carrera como periodista en el mismo medio que veinte años atrás le había dado a ella su profesión y su apodo, era un honor y un desafío aunque su trabajo y el mío serían diferentes. Pero tenerla en el Ministerio siendo periodista cultural me parecía difícil, más aun conociendo su carácter fuerte y decidido. Su actitud polémica no se hizo esperar, al poco tiempo de haber llegado a Bogotá ya estaba dando primera página de los periódicos al tema de la cultura, a su manera, generando debate. Sin embargo, jamás fue eso para mi un inconveniente. Consuelo nunca confundió su trabajo con nuestro parententesco y mucho menos la posición editorial de este medio con mi labor de soldado en él. Esa, como muchas otras, fue la demostración directa para mi de su rectitud y su moral.

A Consuelo la caracterizaban muchas cosas que ya se han dicho en los medios y que quienes la conocieron lo reconocen: una desmedida inteligencia, el pasionamiento por su historia y su folclor, una voluntad de piedra y una fuerte tendencia al debate producto de sus posiciones radicales. En medio de las discusiones, su forma de expresarse me hacía pensar que se manejaba con la soltura y la seguridad de un hombre. En una región en donde las mujeres tienen su lugar claro y definido cerca de los hijos y la cocina, y donde el liderazgo es cosa de pantalones, Consuelo decidió con un vestido de pilonera y unas flores en la cabeza demostrar que ella tenía más pantalones que todos los que la rodeaban.

Se obsesionó con la cultura de su región. Hay un recuerdo heredado de mis padres de ella apenas una niña, tomando nota de las canciones que escribía el amigo de su hermano Jaime: Rafael Escalona. Hoy Escalona es un personaje pero cuando ella le puso su fe y su trabajo el no era más que un joven compositor. Su debilidad por él provenía de la creatividad y talento con que recogía en su música la esencia de la provincia.

No es cierto que ella hubiera hecho solo hasta tercero de primaria, eso es uno de los mitos de familia porque a mediados del bachillerato tuvo que dejar de estudiar para financiar los estudios de sus hermanos varones, como las otras mujeres de la casa, y a partir de ese momento ella tomó las riendas de su formación. Tampoco es cierto que la polémica que se desató en sus días de ministerio hubiera respondido a su ignorancia ni a su provincialismo. Fue una decisión de ella para que las regiones tuvieran participación en el gobierno central. Fue ella quien cambió su apellido para que el de su madre no quedara relegado y todo esto lo hizo porque aprendió en su vida de mujer emprendedora y pujante que en un medio machista la mejor manera de lograr sus objetivos era pisar fuerte y hacerse sentir.
Lo que sin duda logró.

Así se fue, revolucionando su entorno. Ahora que lo pienso no lo hubiera podido hacer de otra manera porque Consuelo Araújonoguera no supo nunca hablar pasito ni hacerlo a medias tintas. Su despedida fue grandiosa como fue su festival. Su ausencia es intensa como fue su existencia porque nunca se guardó nada para el día siguiente.

Varios días después de su partida, en medio del desconsuelo que nos dejó pienso en lo que me queda de ella y me doy cuenta que toda su vida es su legado. Se dedicó a darnos una identidad férrea, para los Vallenatos el trabajo de Consuelo fue fundamental. Su devoción por el folclor forjó en nosotros la pasión por lo nuestro y la convicción de que gracias a esa tierra hemos llegado a ser semilla para otras nuevas.
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©  Texto: S. Araújo, Columna de Arena: José Roca

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