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Contribuciones al foro »Curaduría vs. demagogia participativa« - Columna no. 29

(27 de noviembre de 2000)


Fernando Uhía

(artista)

Amigos de Columna de Arena:

He estado enterado de los debates de esta columna. He vivido en San Francisco por más de dos años por cuenta de una beca estatal del gobierno colombiano. Me sorprende que se discuta acerca de curadurías y poder en lo que tiene que ver con Salones Nacionales y/o curadurías. Aprendí estando en los Estados Unidos que los entes culturales funcionan más allá de la responsabilidad de los curadores encargados. Me aterroriza el pensar que el énfasis en lo que tiene que ver con las artes visuales todavía esta centrado en el poder de curadores y administradores y no en el de los hacedores - artistas -.

Como artista que reside en el exterior y que pronto estará de regreso al país, me parece catastrófico que el énfasis en lo que tiene que ver con las artes visuales - y quizás todo lo demás - esté centrado en la curaduría y no en el hacer; en la administración y no en el oficio artístico

Pablo Batelli

(artista)

Miembros Columna de Arena

1) »El patriotismo es el último refugio del libertino« (¿quién dijo esto?)
2) ¿Por qué no instituimos el premio Ricardo III?

José Roca comenta:

Estimado Fernando:
No hay que caer en la trampa de creer que la discusión sobre el poder en el ámbito artístico se da en contextos »subdesarrollados« mientras que en sociedades »avanzadas« esta discusión ha sido superada. Esto no es cierto: hace algo más de un año, una de las discusiones más fuertes en el medio artístico internacional se centró en los cambios en la estructura curatorial del Whitney; el nuevo director - alegando una reestructuración - despidió a Thelma Golden, curadora de color y a Elizabeth Sussmann, especialista en cine.

Coincidencialmente, estas dos curadoras habían estado a cargo de la Bienal del Whitney de 1993 - una de las más polémicas - por su marcado sesgo político y su apertura hacia »los márgenes«; esta Bienal sin duda marcó con su actitud el panorama del arte norteamericano en los noventa. La protesta de muchos curadores y artistas fue inútil, y la Administración no reconsideró su decisión. Algo similar ocurrió con la Bienal de Sao Paulo, cuando su curador, Ivo Mesquita, fue despedido por evidenciar ante la prensa su inconformidad por la postergación de la Bienal sin haber sido consultada con él. Aunque la protesta del medio artístico logró que el Presidente de la Bienal se retractara de su decisión y restituyera a Ivo en el cargo, finalmente Ivo renunció irrevocablemente debido a que los juegos de poder hacían imposible el normal desarrollo de un proyecto cultural de la relevancia de la Bienal, y sabía que un margen de maniobra tan estrecho terminaría por comprometer las decisiones curatoriales y por ende la calidad del proyecto mismo.

El caso reciente del Guggenheim también es un asunto de poder: en este caso, el poder del capital privado en la financiación de los museos - y no me refiero a la ya vieja discusión sobre la »MacDonaldización« del Guggenheim en la cabeza de Krens y su política de franquicias - sino a la más reciente sobre el »affaire Armani«. Aunque no todos están de acuerdo, parece haber un consenso sobre la calidad de Armani como diseñador, y casi nadie duda que tenga los méritos para tener una retrospectiva que abarque la totalidad de un museo de la importancia del Guggenheim (por contraste, »Amazonas de la vanguardia« - la magnífica exposición de las artistas mujeres de la vanguardia Rusa fue colocada en las salitas anexas del Museo); el problema es que Armani ha prometido una importante donación en dinero al Guggenheim, y muchos ven en esta ecuación financiación/política expositiva una indebida injerencia del mecenazgo privado en la programación de una institución.

Respecto al segundo tema (el supuesto antinomio artista/curador), no voy a ponerme a defender el acto curatorial como una instancia de creación: esa pelea ya la dio Harald Szeemann desde los setentas. De otra parte, cada vez más la línea se desdibuja, pues los artistas están asumiendo el rol de curadores, y muchos curadores han realizado eventos que por su naturaleza pueden ser equiparables a una acción plástica (pienso en la colaboración entre Francesco Bonami y Maurizio Cattelan en la pasada Documenta). Szeemann ve en la curaduría una posibilidad para la Obra de Arte total en un sentido Wagneriano; una vez dijo, de manera provocadora, que los artistas eran »toques de color con las cuales compongo mi gran cuadro« (vale la pena anotar que no hay nadie más comprometido con los artistas que Szeemann), a lo que Daniel Buren ripostó: »en una exposición colectiva, el único artista realmente bien expuesto es el curador«. Ninguna de las dos posiciones es »correcta«; el rol del curador - y de todo administrador en el ámbito artístico - es ante todo el de ser un facilitador de la relación entre artista, público y museo.

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©  Textos: autores; Columna de Arena: José Roca

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