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Contribuciones al foro »Curaduría vs. demagogia participativa« - Columna no. 29

Retransmito tres artículos que han aparecido en la prensa nacional a propósito de las recientes declaraciones de la Ministra de Cultura.
J. Roca
(1 de septiembre de 2000)


Bach vallenato
Por Alberto Aguirre (Cromos)

Anota Aura Lucia Mera (El Espectador, 13 de agosto) que »la Cacica insiste en lo propio, lo colombiano, lo autóctono«, y la aludida, Consuelo Araujonoguera, asiente y complementa: »Bach ya lleva 300 anos, hay que descubrir también cosas nuevas, lo nuestro«. Al primer golpe, ante tal desaguisado, uno trastabilla. Pero al segundo queda fuera de combate: la que eso dice es Ministra de Cultura de la República de Colombia. Bach, por vejestorio, desechable. Hay que reemplazarlo por »algo nuevo y nuestro«.

Quizás, por el Cacique de La Junta, ahora nombrado Bach vallenato. No le vayan a mentar a la señora Ministra Las Cantigas de Santa María, del rey Alfonso, el Sabio: tienen 800 años. Ni la Misa del Papa Marcelo, de Palestrina: tiene 450 años. Ni las pinturas rupestres de las cuevas de Altamira: tienen catorce mil años.

Dice la señora Ministra: »Si bien no se trata de mirarnos el ombligo, tampoco hay que mirar el ombligo de los demás«. Es bueno repetir conceptos elementales. En materia de cultura, ni se sustrae ni se sustituye; solo se agrega. La cultura es como una formación de capas geológicas superpuestas.

Eludiendo la voz hispida de la señora Ministra, pero aprovechando su metáfora, se ha de recordar que para mirarse la propia alma es preciso mirar las otras almas. En el concepto mismo de cultura va envuelta la noción de universalidad. No hay aquí autarquía. La persona culta, como el pueblo culto, se abre a todos los vientos, y su saber, así como su emoción, se forma y engrosa por el agregado de múltiples afluentes. Al igual que un río. Como manifestación cultural, el propio vallenato tiene orígenes plurales, de diversos mundos.

En la misma onda, agrega la señora Araujonoguera: »La cultura no solamente es rentable, sino que tiene que ser rentable. Me criticaron, que era una afirmación rupestre«. (nota al paso: »Rupestre« es lo inscrito en una roca; las pinturas de Altamira son rupestres; quizás quiso decir »pedestre«, cuyos sinónimos, según el Casares, son: »Llano, vulgar, inculto«). Cultura y rentabilidad son términos antitéticos.

El afán de lucro sirve para producir chorizos, pero no para crear espíritu. La Biblioteca Luis Angel Arango hace tarea espléndida de cultura. No da reditos. Y lo hace gracias al apoyo munífico del Banco de la República, y al trabajo eficaz, metódico y amoroso de intelectuales puros como Dario Jaramillo y Jorge Orlando Melo. El Museo Nacional, ahora con nuevas salas hermosas, irradia cultura, sin rentabilidad. Lo sustentan el Estado y patrocinadores privados. Así ocurre en todo el mundo, tanto en el primero como en el tercero.

Lo que se teme es que la señora Ministra de Cultura de la República de Colombia, en la próxima asamblea de la UNESCO, proclame semejantes tesis, y en semejante lengua. Da grima. Pues, al fin, en el pasaporte dice que uno es colombiano.

Quinta Columna
Lo que dice la Ministra. Una cosa es la cartera de la Cultura y otra la mochila.
Por Óscar Collazos
(Tomado de El Tiempo, jueves 31 de agosto)

Dice y se desdice. Donde dijo Diego, dice digo. Su corazón se estremece tanto de emoción patriótica, que cuando lo adorna con mochila se mete en los vericuetos de una discusión inútil: lo nacional versus lo universal. Se mete en la camisa de once varas de una discusión que su lengua absuelta y tropical no debería provocar. A estas alturas, nadie que se haya dado un paseo por la cultura, por la de arriba y la de abajo, por la de élites y la popular, se atrevería a alborotar con declaraciones como las que ha venido dando a la prensa la ministra de incultura. Ha salido al ruedo sin saber torear. O la han sacado al ruedo sin preguntarle si podía tomar por los cachos al toro de la cultura, que se escribe con minúsculas y mayúsculas, que se viste de pollera y de frac, de liquiliqui y Everfit. El nacionalismo cultural de la Ministra es un paternalismo de la oligarquía regional, a la que pertenece por cuna.

Cuando numerosos escritores extranjeros preguntaron al columnista si era seria la Ministra que con tanto desparpajo decía lo que dijo, aquel dijo que no, que la Ministra no era seria, ni era serio el Gobierno que la había nombrado, que lo único serio era lo que la Ministra y el Gobierno no podían decir que la cultura era la letra menuda de un contrato sin objeto ni vigencia precisas. Mejor dicho: que la Ministra dice lo que dice porque arriba no hay nadie que le diga lo que debe decir.

Por supuesto que la culpa no es de ella. Hace lo que puede y es poco lo que puede hacer en la cultura una ministra con tan estrechas ideas sobre la cultura. Si uno solo se mira en el ombligo, pensara que su ombligo es el mundo. Y lo dira a los cuatro vientos, como en un pregón, acompañada por la fanfarria de los »nacionalismos«. Nacionalista la Ministra? Si, a la manera burda en que lo son quienes confunden la nación con las lealtades del corazón. A la Ministra le sucede - dijo el columnista al nicaragüense Sergio Ramírez - lo que le sucedía a monsieur Jourdain: no sabia que hablaba en prosa. Y que tiene que ver el personaje de Molicon la Ministra? Mucho. Su discurso es criptofascista y ella no lo sabe. No sabe que su nacionalismo pasional es criptofacista: pone a las regiones a pelear contra el país, pone al país a pelear contra el mundo.

La Ministra ha alborotado el avispero sin saber cuales son las avispas que vienen haciendo la cultura de este país, pensándola como proyecto nacional, abriéndola al mundo, sacándola del complejo de inferioridad que confunde la identidad con el pintoresquismo. Pintoresca la Ministra, dijo el columnista a los escritores iberoamericanos que preguntaron desconcertados por las declaraciones de la Ministra, ahora »corregidas« por su oficina de prensa.

Tiene usted algo contra la Ministra? Nada, solo un poco de simpatía, la que le tiene al zapatero que hace buenos zapatos. Porque entonces sus »ataques«? Porque al zapatero lo han puesto a hacer lo que no sabe.

Cómo así? Muy simple: la Ministra, antes de ser ministra, sabia organizar un festival vallenato, una de sus virtudes, como la de escribir sobre este genero y convertirlo en centro de su vida. Actividad admirable. Pero una cosa es la cartera de la Cultura y otra la mochila, con perdón de quienes llevan las preciosas mochilas.

Lo que sucede es que la Ministra no tiene quien le diga para que fue nombrada Ministra. Para que y con que fines, porque, sencillamente el Gobierno no tiene proyecto de cultura. Por eso la Ministra es un volador sin palo: mucha pólvora inútil, giros y giros de palabrería.

Razones y sin razones de la ministra
Por Carlos Jiménez

Antes de nada debo aclarar que fui el primero en lamentar que a un señor tan calificado como lo es de hecho Juan Luis Mejia lo reemplazaran de buenas a primeras en el Ministerio de Cultura por Consuelo Araujonoguera, la cacica vallenata.

Y añadir que por esa primacía en la critica a la nueva funcionaria, que comparto - todo debe ser dicho - con Oscar Collazos, me siento legitimado o por lo menos autorizado para meterle mano a los críticos de ultima hora de la flamante ministra, cuya inteligencia y cuya aparente o real formación cultural les da apenas para defender a Bach. Por favor! Yo si no voy a caer en la tontería de hacerle perder el tiempo a mis lectores contradiciendo a la cacica con el argumento de que en contra de su opinión Johann Sebastian Bach sigue siendo un buen músico tres siglos después de su nacimiento o de su muerte. Eso lo sabe o tendría que saberlo cualquier estudiante de bachillerato aunque, para su desgracia y la de este país, haya hecho su bachillerato en los colegios públicos de los municipios de Restrepo o de Tamalameque. O inclusive en alguno de Cali.

Este ultimo es un problema del Ministerio de Educación y de lo que se trata ahora es del Ministerio de Cultura y del hecho de que por acción y omisión la cacica ha destapado con unas cuantas declaraciones publicas el terror y la miseria (que diría Brecht) que tienen encuellada a la cultura de este país. Tanto a sus artífices como a sus reales beneficiarios. La peor miseria: el presupuesto. Cinco mil millones de pesos del presupuesto nacional para un ministerio que, pese lo que le pese a los tecnócratas de Planeación Nacional, cuenta tanto para la vida efectiva (y afectiva) de los colombianos es mas que insulto, mas que un crimen, es un gravisimo error. Error agravado por la definitiva conversión del Ministerio de Cultura en un ministerio de quita y pon, donde anteayer estaba un clubman bogotano, ayer un funcionario paisa calificado y hoy una cacica vallenata!. Si, lo repito, una cacica vallenata. O sea un personaje que en su pueblo es la mandamás, la que hace y deshace con su celebre(?) Festival vallenato con las misma concepción, las mismas maneras y el mismo estilo con la que los barones electorales de su pueblo, de su departamento, de la Costa y de Colombia entera.

Y es en esa condición de cacica (lo que se hereda no se hurta), que ha llegado a Bogotá a desafiar a otras cacicas. O dicho con sus nombre propios, Gloria Zea y Fanny Mickey, a quienes como versiones femeninas de Pepe Sierra o del Gallino Vargas, les escrituraron a perpetuidad la gestión de la cultura en la capital de lo poco que nos queda de República.

La Consuelo Araujonoguera llega a Bogotá, se da cuenta de que esas señoras se van a comer por lo menos el 50% del miserable presupuesto de inversión del ministerio a su cargo y en vez de renunciar ipso facto o de denunciarlo con todas las letras se pone a decir pendejadas sobre Bach, la Opera y el Jazz. Y claro! la ocasión la pintan calva y más en un país donde el único mandamiento cuyo cumplimiento se exige a rajatabla es el de no dar papaya, la Zea y la Mickey se escudan detrás de Bach, la ministra queda como un abarca tré puntå y el asunto de la absoluta inequidad en el reparto de esos cuatro pesos del dinero de todos que quedan para estimular y promover la cultura de este país se relega a esa »tierra del olvido« que cantara Carlos Vives.

Inequidad y anacronismo: si en realidad este país quiere darle una oportunidad a sus talentos jóvenes que se la de jubilando de una buena vez a quienes hace mucho cumplieron su papel.

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©  Textos: autores; Columna de Arena: José Roca

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