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¿Es esto arte? Uno de los comentarios habituales del público al enfrentarse a manifestaciones artísticas que se salen de los esquemas tradicionales es justamente este: ¿esto es arte? El otro comentario sería »eso lo hace cualquiera«. Este último remite a la definición de arte ligada al oficio, es decir, a la destreza u originalidad del artista. El primer comentario es más complejo. El arte siempre ha tenido un marco que lo define por exclusión respecto a lo que lo circunda. A veces de manera literal: todo lo que está al interior de un marco o encima de una base es arte, lo que no, no lo es; a veces de manera figurada, es decir, cuando el contexto actúa como marco: todo aquello que está en un museo lo asumimos como arte, así no nos guste o no lo entendamos. Pero, ¿qué ocurre cuando este segundo marco, el institucional, también desaparece? Desde el sábado 29 de abril está abierta al público una exposición de arte. O sería más correcto decir que en sitios (comerciales) que habitualmente están abiertos al público, se han colocado obras de artistas. El proyecto SALE (que en un contexto »in« como el de la Zona Rosa se lee como palabra en inglés) es una propuesta de un conjunto de artistas que »sale a la calle« para buscar, allí donde la gente joven se reúne, un posible público nuevo para el arte. En mas de veinte locales situados sobre o en cercanías de la Cra 14A los artistas han colocado sus propuestas, que en ocasiones se destacan y en ocasiones se mimetizan respecto a los productos comerciales que habitualmente se ofrecen en estos sitios. La calidad de las obras que conforman la »exposición« (si se le puede llamar así) es desigual, como en toda muestra; pero este no es el punto. A mi modo de ver (y aclaro, para evitar suspicacias, que colaboré con un texto para el catálogo), lo importante de este evento consiste en situar la acción artística no solamente en donde habitualmente no ocurre el arte, sino para un público que - a pesar que probablemente tampoco visita museos y galerías - no está prejuiciado contra manifestaciones artísticas que salen del recinto seguro del museo y del marco cómodo de los formatos socialmente integrados. Esta experiencia artística fue realizada por un grupo de artistas cuya conformación varía en función de cada proyecto, y que había realizado en la ASAB (Academia Superior de Artes de Bogotá) una interesante exposición unas semanas antes. Con el título »Blanco sobre blanco« (referencia a Malevich, a la vez que parodia de la exposición Rojo sobre Rojo del Programa Johnnie Walker de hace dos años), los artistas intervinieron la galería de la ASAB con una bella muestra, en la cual el carácter de soporte implícito en el recinto arquitectónico (que a veces tendemos a ignorar, centrándonos en la apreciación de la Obra de Arte) era evidenciado por la sutileza de las intervenciones. La exposición intentaba llegar a una cierta neutralidad - de ahí el tema del blanco, como color pero también como ejercicio de síntesis y ascetismo - y de tal manera las obras no estaban identificadas en el espacio de exposición (había un pequeño plano antes de entrar al recinto), con lo cual la exposición podía ser leída como lo que en realidad fue: una gran obra colectiva. Rafael Ortiz, uno de los miembros del grupo »nadieopina« (otra parodia evidente), manifestaba que en las reuniones sobre el tema que definiría la naturaleza de las intervenciones surgió el blanco como una estrategia en contra del exceso de información, del ruido, etc. De allí la neutralidad: no hubo fichas técnicas ni protagonismo individual: el espacio se presentaba a sí mismo. Siguiendo con esta lógica no se deberían mencionar obras aisladas, pero me referiré a algunos »fragmentos«. Muchas de las intervenciones eran difíciles de localizar: las delicadas sombras en los costados de las ventanas realizadas por Delcy Morelos por medio de cintas de papel pegadas por su canto a la pared; el bellísimo texto autobiográfico de Mario Opazo en el que un soldado chileno describe el camuflaje blanco en la nieve, en una guerra absurda e innecesaria; la línea de uñas clavadas sobre la pared en sentido vertical, de Juan Carlos Dávila; los platos adosados al muro de Rafael Ortiz, cuyo equilibrio era puesto en duda por la presencia del »trampolín« en el suelo, como en espera de una catástrofe inminente. Dos de las propuestas más interesantes centraban la reflexión en el espacio mismo como presencia arquitectónica: el espejo convexo de Pedro Franco, que revelaba el techo bellamente moldurado de la sala (el edificio de la Asab es un ejemplo de arquitectura Republicana afrancesada bastante bien conservado); el dispositivo de Ximena Andrade, que estaba concebido como una manguera que lentamente derramaba agua con sal por la superficie de una ventana, en cuya base había una resistencia que convertía el agua en vapor generando una sutil bruma que impedía la visión desde el corredor exterior. Volviendo a la experiencia de SALE (que culminará con una subasta de arte el próximo 18 de Mayo), también hay propuestas que destacar. La obra de Mariana Dicker (quien, en el espíritu de algunas acciones de la artista francesa Sophie Calle, se empleó por un mes como dependiente en una panadería del barrio), muestra la voluntad de que la integración con los locales rebasara la dimensión simplemente anecdótica o circunstancial. Carlos Blanco realizó una especie de evento en el que la gente era invitada a colocarse una chaqueta inflable para ser fotografiado, con lo cual la adquisición del objeto artístico en sí (los objetos inflables característicos de Blanco) era suplantada por la dimensión performativa del espectador, a la vez participante y cliente en la ejecución de su propio souvenir. Antonio Díez colocó sus bodegones Zurbaranescos en un anticuario, introduciendo al hacerlo una sombra de duda sobre la veracidad de los otros objetos y pinturas para la venta. Las pinturas monocromas por encargo de Juan Andrés Posada funcionaban muy bien en el local ultrachic de Inmaculada Concepción, en donde el kitsch local y el minimalismo importado se juntan en una interesante propuesta visual. Los vestidos de Pedro Ruiz y Ricardo Roldán coexistían en un espacio de moda; el de Ruiz, realizado con millares de diminutas fotos de »casting« plastificadas, mientras que los de Roldán formaban parte de una performance en las vitrinas de la boutique, en las que el artista se colocaba las prendas en un ritual altamente estilizado. Mucha gente se preguntó sobre la validez de este evento y sobre el carácter artístico de lo que allí se ha expuesto. Personalmente creo que una de las cosas importantes del evento SALE fue el trascender justamente este tipo de cuestionamientos, pues ninguna de las propuestas adoptó el formato de »obra«, abandonándolo voluntariamente en favor de intervenciones conceptuales o performativas, con lo cual desplazaron las habituales preguntas del público »¿es esto arte?« o »¿es esto bueno?« hacia una más pertinente (y acaso más útil): »¿estoy dispuesto a abrirme a otras posibilidades artísticas?« José Roca Bogotá, mayo de 2000 Un fragmento de este texto salió publicado en el periódico El Tiempo de la semana pasada; el formato rígido de 2000 caracteres propio de los medios impresos hace difícil desarrollar un argumento en profundidad. Si desea recibir esta columna quincenal por correo electrónico, comuníquelo a la dirección: columnadearena@egroups.com índice |
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