índice no. 2
José Roca
Reflexiones críticas desde Colombia


En defensa del Planetario

En nuestro país ha hecho carrera - como en todas partes - el concepto de »lo alternativo«; tanto en la música como en la moda y en general en la actitud de los jóvenes, a fuerza de tener eco, lo alternativo ha devenido mainstream. No así con los llamados espacios alternativos, que en Europa y los Estados Unidos (y en México, para no ir mas lejos), son cosa corriente. Es habitual visitar centros de arte que funcionan en espacios industriales reconvertidos, edificios abandonados, talleres, o inclusive casas en las que un grupo de artistas comparte espacio de taller (el caso de »la Quiñonera« en Ciudad de México). En Bogotá han surgido - de manera aislada y para nada consensual o con características de movimiento cultural - espacios que podríamos llamar, de manera un tanto ligera, alternativos, por lo menos como alternativa al espacio tradicional del Museo y la Galería. Los espacios creados por artistas y regidos por ellos que surgieron a finales de la década pasada y comienzos de esta, y que tuvieron corta vida, (Magma y luego Gaula; Vena Arteria; Espacio Vacío; La Bienal de Venecia de Santa Fé de Bogotá (que en su segunda versión, institucionalizada, perdió su frescura), y, más recientemente, la jornada de puertas abiertas que organizaron los artistas que comparten espacio de taller en un edificio del Barrio El Campín, son ejemplos de cómo la cuestión de donde exponer puede ser resuelta mediante una estrategia de autogestión.

Otra forma de acercarse a esta idea de lo alternativo (alternativo al conservadurismo cultural y a la falta de capacidad de riesgo de las instituciones que trabajan con el arte), es a través del sentido que se le de a la programación de los espacios. La excelente gestión de Jorge Jaramillo al frente de la Galería Santa Fe del Planetario Distrital - continuada por Jaime Cerón hasta su retiro hace unos meses - corre peligro de perderse por una decisión de la nueva administración distrital. El planteamiento de Jaramillo, que incluyó una adecuación arquitectónica del espacio de la galería, con nuevos pisos, sistemas de iluminación apropiados y panelería flexible, estaba apoyado por sobre todo en una ambiciosa programación enfocada hacia el arte contemporáneo, con un énfasis en los jóvenes (mediante eventos como el Salón de Arte Joven, que logró forjarse un prestigio), sin olvidar aquella generación de artistas que cuenta con un amplio reconocimiento, una trayectoria sólida y una presencia constante en las discusiones y eventos abiertos, para la cual se creó el Premio Luis Caballero.

La administración de Antanas Mockus, como es bien sabido, tuvo como bandera la formación de una cultura ciudadana, proyecto que se instrumentó mediante todo tipo de programas enfocados hacia la Ciudad. Hubo, hay que reconocerlo, derivas peligrosas, y una cantidad de proyectos de mediano nivel y pertinencia - con el oportunismo que caracteriza nuestro medio - se »subieron al bus« de la cultura ciudadana. La nueva administración aparentemente considera prioritarias otras áreas de acción, y en este momento, el Premio Luis Caballero no solamente no ha sido pagado al ganador, Víctor Laignelet, sino que corre el peligro de morir definitivamente como programa, y con él toda la actividad artística de la Galería Santa Fe. Lo que está en juego es, por encima de todo, la posibilidad de que se pierda tal vez el único espacio en Bogotá que está comprometido a cabalidad con los lenguajes y procesos del arte contemporáneo, algo nada despreciable como instancia de formación y sensibilización de las nuevas generaciones si se tiene en cuenta que por las salas del Planetario desfilan diariamente un gran número de grupos escolares. La reciente crisis de las galerías también se genera en la incomprensión del público general respecto a lo que están haciendo los artistas contemporáneos, y esta incomprensión parte, desde luego, de lo poco que ha estado expuesto este público en su juventud al arte de nuestra época. De acuerdo con lo relatado por alguien que estaba presente, el comentario de un alto representante de la nueva administración de la Alcaldía al visitar una de las exposiciones del Premio Luis Caballero fue: »hay que poner aquí (de Director de la Galería Santa Fe) a alguien que sepa de arte«. Semejante exabrupto de un funcionario público, que desde su propia ignorancia sobre lo que es pertinente en una institución museal contemporánea pretenda implementar una directriz estética populista y retardataria (que se origina, sin duda, en una revisión de los posibles réditos políticos de lo hecho por la administración precedente), puede significar la pérdida de un espacio esencial de discusión para nuestro precario medio del Arte. Pero no pasará nada si los directamente concernidos - los artistas, curadores y trabajadores del arte - no se manifiestan en favor de la labor de Jaramillo y Cerón, con el fin de ejercer una »veeduría artística« (en el sentido de un control gremial y ciudadano) sobre la forma como se replanteen las actividades de la Galería Santa Fe, y sobre la persona que ha de ocupar ese cargo. En Colombia se hace patente la famosa frase de Bartleby, el personaje del cuento homónimo de Melville: ante toda acción que se nos pide, nos alzamos de hombros y respondemos: »preferiría no hacerlo«.

Bogotá, mayo de 1998

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