índice no. 15
José Roca
Reflexiones críticas desde Colombia

13 de julio de 1999
Pintora de color

Durante el mes de junio se presentó en la bella sala de la Academia Superior de Artes de Bogotá, ASAB (Cra 13 #14-69, llegando al sector de San Victorino) la exposición »Color que soy« de la artista Delcy Morelos. La muestra consiste en 13 grandes pinturas sobre papel industrial (la mayoría dispuestas como dípticos) en las que las fuertes superficies de color que caracterizan la obra de Morelos ocupan la casi totalidad del formato pictórico.

La invitación-catálogo, con textos de ilustres colombianos como Dario Echandía o Laureano Gómez, nos da claves para enfrentarnos a esta obra austera y cargada al mismo tiempo. Tomemos el concepto ilustrado de Luis López de Mesa: »la mezcla del indígena con el elemento africano y aun con los mulatos que de el deriven seria un error fatal para el espíritu y la riqueza del país. Se sumarían, en lugar de eliminarse, los vacíos y defectos de las dos razas (...) Esta mezcla de sangres empobrecidas y de culturas inferiores determina productos inadaptables, perturbados nerviosos, débiles mentales, viciados de locura, de epilepsia, de delito que llenan los asilos y las cárceles cuando se ponen en contacto con la civilización«.

Color y cultura están ligados estrechamente. Hablar de un artista del color y de un artista de color no es lo mismo: mientras que lo primero hace referencia a un manejo del lenguaje pictórico, lo segundo denota la raza, pero el termino »de color« siempre se usa para todo aquello que no es blanco, como si la ausencia de color fuera indicativo de un estadio primigenio, absoluto, impoluto... el lienzo en blanco se mancha con el color. Estas generalizaciones caen bien en un país en el que, ante la ausencia de grandes inmigraciones europeas recientes para dar un elemento de contraste, se segrega desde los mezclados márgenes raciales, en el cual llamar »indio« a alguien es insultarlo. No hay nada mas patético que un colombiano en el exterior afirmando con convicción su diferencia frente a lo que considera »gente de color«, cuando su mismo fenotipo lo delata frente a las razas de las que heredo el animo y la costumbre de segregar.

De español e india, mestizo; de indio y negro, lobo; de español y negra, mulato... Recordemos que en la iconografía de las Castas Mexicanas, temprano ejercicio de taxonomía racial realizado en la Nueva España en el siglo 18, conforme se avanzaba en el grado de complejidad de las mezclas, los nombres para denominar estos nuevos sub-grupos raciales se tornaba absurdos y peyorativos: mientras mayor la distancia frente al blanco primigenio, mayor la distancia respecto a lo articulado, al sentido ligado a la »civilización«. De mestizo e india, coyote; de chino e india, tornatrás (...) Las denominaciones siguen hasta tocar lo ininteligible: morisco, albarazado, cambujo, tentenelaire, noteentiendo. El cronista Antonio de Ulloa (c1749) evidencia la supuesta perversión de la raza conforme se distancia de la española: »A través del tiempo los Españoles e Indios se mezclan de tal manera que transforma la prole en blancos con cierta coloración, en la segunda generación, pero no son llamados Españoles sino hasta la cuarta generación. Al mezclar Españoles y Negros, la tez oscura predomina y puede ser distinguida hasta la tercera o cuarta generación (...) Las mujeres mestizas o mulatas de la segunda o la cuarta o quinta generación, 'normalmente' (las comillas son mías) son aquellas que se dedican a la vida licenciosa (prostitución, concubinato), aunque ellas no lo ven de esa manera«.

La pintura de Delcy Morelos siempre ha manejado una tensión que se deriva de la relación entre la contundencia de la forma pictórica y su relación con el soporte en el cual se inscribe. La serie con la cual gano una mención en el salón de Arte Joven hace algunos anos, formas volumétricamente contundentes (mesas, cubos, semiesferas) eran captadas en el momento preciso en que la fuerza del color desbordaba - literalmente - sus limites formales e invadía en una explosión toda la superficie del cuadro. Este efecto fue dramatizado en las series posteriores, en las que grandes chorros de color rojo (ante los cuales no se puede dejar de evocar alegórica o metafóricamente el baño de sangre en que esta sumido nuestro país) atravesaban las superficies pictóricas en sentido vertical. En estas obras el dramatismo teatral no alcanzaba a reemplazar convincentemente la fuerza de sus trabajos anteriores, que a mi modo de ver residía en la tensión contenida o captada en el »instante decisivo« en que su potencialidad se desbordaba. En la serie »color que soy« que se presentó en la ASAB, una inspección a los grandes campos de color revela sutilezas pictóricas imposibles de ver desde la distancia que sugieren las formas: las pieles están construidas con la paciente superposición de velos de pintura, resultando en texturas irregulares, donde se puede sentir la presencia menos literal de fluidos corporales como la sangre y el sudor: son obras en donde la proverbial corporeidad de la pintura toma una fuerza conmovedora.

Todo colombiano pone por delante la manida frase »yo no soy racista«, pero luego contradice sus palabras con sus actos sociales, sus relaciones personales, con sus chistes o su lenguaje coloquial. La pintura de Delcy Morelos problematiza poéticamente un tema incomodo para muchos, ante lo cual vale la pena recordar la frase del también Cordobés, el poeta Raúl Gómez Jattin:
»la poesía es la única compañera.
Acostúmbrate a sus cuchillos,
que es la única«.

José Roca

(Una versión mas corta de este articulo fue publicada en el periódico El Tiempo, Bogotá, martes 6 de julio de 1999)

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