índice no. 13
José Roca
Reflexiones críticas desde Colombia

11 de marzo de 1999
El traje nuevo del emperador comentarios

...through their own words
they will be exposed
they've got a severe case of
the emperor's new clothes

Sinéad O'Connor


Hace no mucho Alain Sokal, un profesor de física de la Universidad de Nueva York, escribió un texto pseudo-científico lleno de referencias a un sinnúmero de autores contemporáneos - especialmente franceses (Lacan, Deleuze, Guattari, Virilio, Derrida, etc.) y lo envió a la prestigiosa revista norteamericana Social Text a ver si se lo publicaban, con la secreta intención de demostrar que estos textos son tan impenetrables que ni siquiera los especialistas tienen el criterio claro para ejercer un juicio crítico sobre ellos. Aparentemente nadie advirtió la parodia, y Sokal logró su cometido: demostrar que la jerga post-estructuralista que domina el discurso filosófico contemporáneo es tan densa y tan auto-referencial, que se convierte en un fin en sí misma, obviando la necesidad de un contenido y garantizándole - a partir de la imposibilidad de ser comprendida a cabalidad - un estatus intocable que se sostiene en su carácter críptico. Sokal se atrevió a evidenciar la desnudez del Emperador, y la discusión que ha seguido no ha sido sino benéfica, pues ha obligado a quienes escriben a ser mas cuidadosos con sus citas, mas rigurosos con sus referentes y, sobre todo, mas claros en la forma como exponen sus argumentos.

Muchos escribieron a propósito del asunto, expresando alivio al no sentirse los únicos en no entender tales textos, e inclusive expresando rabia y frustración al sentir que habían sido engañados por mucho tiempo. Sokal nos conmueve con la respuesta de mucha gente que siempre había estado perpleja sin atreverse a confesarlo: »por ejemplo, un estudiante que se financiaba sus estudios tenía el sentimiento de haber gastado su dinero en comprar los vestidos de un emperador que, como en el cuento, estaba desnudo«.

Con la notoriedad aún fresca del »affaire Sokal«, celebrado con gran despliegue en la revista literaria El Malpensante, surgen algunas reflexiones. En algunos números de la revista se han escrito largos artículos de crítica que tienen como blanco el arte contemporáneo, y es inevitable pensar que Andrés Hoyos se sienta movido a emular a Sokal, intentando, desde la disciplina que domina (la literatura) y desde sus preferencias estéticas en arte (la pintura), un desmonte de los argumentos que sostienen el discurso y la creación contemporánea. En un artículo titulado El Abominable síndrome de Kassel nos advertía que [en la Documenta] »armados de sus fetiches preferidos, los documentistas se libran a una envidiable voracidad espacial - que hace por ejemplo que cualquier principiante requiera de un área en la que cabría colgada la obra completa de Vermeer (...)«, y también nos contaba que [en la Bienal del Museo de Arte Moderno] »...de pronto hay unas telas de Delcy Morelos por ahí bien cargadas con el rojo expresivo que ella acostumbra, pero éstas apenas constituyen un colorado taparrabos para la desnudez del emperador«.

En un número posterior, nos ponía sobre aviso acerca de la vacuidad del arte contemporáneo: »¿No se ha dado cuenta, Chére Madame [se refiere a Catherine David, curadora de la pasada Documenta en Kassel], de que un fantasma recorre el mundo del arte, el fantasma del aburrimiento o, para decírselo en idioma nativo, de l'ennui? Estamos hasta las narices con todos esos mensajitos, con toda esa agresividad curatorial - o curialesca -, con toda esa larga recua de sobrinos parlanchines de Joseph Beuys, con toda esa pedantería [nos lo dice el Malpedante, nadie menos], que como usted recordará significa en su origen 'dar lecciones a quien no las ha pedido' [ejem]. Aferrados a sus puestos de mando como náufragos a un salvavidas, los gobernantes del mundo del arte son monotemáticos: sólo les gusta el arte pompier de los tiempos postmodernos. Bostece quien bostece«.

Es particular que Hoyos publique el texto de Bricmont y Sokal - en el que se considera un abuso el »hablar con profusión de teorías científicas de las cuales sólo se tiene, en el mejor de los casos, una idea muy vaga« -, y no tenga el mas mínimo problema en disertar sobre arte contemporáneo sin tener la competencia - y mucho menos el interés - para ello. La Columna de Arena surgió ante el desespero que produce leer textos escritos por articulistas que provienen de variadas disciplinas como la literatura, la filosofía, la antropología o la agricultura, que atacan sin entender el trabajo de los artistas actuales en una especie de reivindicación de la pintura, donde ellos y solo ellos se han dado cuenta de la impostura intelectual que supone el arte contemporáneo, y nos lo quieren contar a todos. El hecho de no ser tomados en serio por el medio del arte no les importa o no les interesa; su fin es otro: posicionar la revista (o posicionarse ellos mismos) y de esa manera asegurar un interés del sujeto blanco de la crítica, que siempre se logra al tirar piedras (es de anotar que fotocopias del artículo sobre Kassel circularon con profusión entre los artistas, e igual cosa sucedió con el de Juan Camilo Sierra sobre Bruce Nauman).

En la declaración de intenciones con que empecé esta columna, escribí: »Mas peligrosa aún que la ausencia de crítica es la forma como se llena este vacío; de ser un espacio para la reflexión sobre los artistas y el medio artístico, una columna de crítica puede derivar fácilmente en una instancia de validación para quien la escribe: la serpiente se muerde la cola, y la columna sirve para posicionar al crítico. El infame Roosevelt aconsejaba: »hable suave, y cargue un gran garrote«. Una perversa inversión de esta máxima parece ser la consigna de mucha crítica reciente, que tras el parapeto del »hablar duro« esconde prejuicios - en su sentido, recordemos, de juicios a priori - que impiden una justa valoración de lo que se reseña. A menudo se dice, citando a Marta Traba, que la crítica debe ser destructiva; pero en el contexto de ese artículo (crítica destructiva; la reacción y saber decir que no, Revista Estampa, 1960), Marta Traba utiliza la expresión para referirse a aquella crítica que se opone a »la actitud benéfica, paternalista y conciliatoria« de la llamada crítica »constructiva«, que todo lo absuelve y lo redime teniendo en cuenta nuestra irreparable mediocridad y considerándonos como débiles mentales que, en este continente subdesarrollado, »hacemos lo que podemos«.

Pero si la posición de »comentarista cultural« no es suficiente, la diatriba tampoco es un camino éticamente viable. La crítica debe explicitar una posición personal frente a un tema específico, y debe servir como instancia de control tanto para el artista como para el público. Esta posición incisiva se sustenta en un análisis profundo del sujeto de su estudio, y no se enfoca en aspectos superficiales o anecdóticos para de allí desarrollar un argumento: hacen falta mas nueces y menos ruido«.

Termino este artículo, que participa en la exposición »El traje nuevo del Emperador« organizada por la Galería Santa Fé del Planetario Distrital, con una anécdota que me parece significativa. El año pasado, luego de la inauguración de una exposición, hubo un cóctel en la casa de un artista en La Candelaria. En la mesa de centro del pequeño salón había un apetitoso buffet, con todos los elementos e ingredientes típicos de un agasajo burgués: patas de pollo, brócoli, patés, zanahorias, maní con pasas, galletas, queso en cubitos, palitroques, etc. Nuestro querido crítico (y no era hambre de cultura) tomó con evidente gusto una pata de pollo y procedió a comérsela, pero en el justo momento en que la mordía notó en la textura del pollo (y en la mirada de los artistas presentes) que algo no andaba bien: el buffet en cuestión era una conocida obra de 1997 del artista Juan Mejía, que tiene un título apropiado para la circunstancia: »Con la comida no se juega«; el asunto debería ser leído como una bella metáfora de la imposibilidad de cierta crítica para »meterle el diente« al arte contemporáneo, con el fin que concentre su talento y sus esfuerzos en las áreas en las cuales un interés sincero y un afán menos protagonista le permitan cumplir a cabalidad su papel: ser una instancia de control (tanto para los artistas como para el público), y una herramienta para ayudar a ver.

José Roca
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