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No hay nada mas fuerte en Colombia que la inercia institucional. Las cosas no cambian casi nunca, y menos aún en las instituciones del Estado, pues su aparato burocrático y sus cortos periodos de vigencia hacen improbable que alguien se dé a la tarea de intentar una reforma estructural de los procedimientos y prácticas habituales. Lo anterior, aunado a presupuestos exiguos que solo llegan al último momento, ayudan a preservar lo que existe, pues es siempre mas fácil »dar la pelea« al interior de las instituciones para hacer al menos lo que siempre se ha hecho, que para plantear alternativas realmente estructurales. Como escribí hace no mucho, en medio de la habitual »depresión post-Salón« en la que el lugar común es la queja sobre el nivel de algo que el día de la inaugiración a todo el mundo le pareció »buenísimo«, »interesante« o »bien montado«, se han realizado reuniones informales para reflexionar sobre alternativas al Salón, denominación que hace referencia explícita a una institución que fué instrumental para el desarrollo del medio del arte europeo del siglo pasado, pero que, agotadas sus posibilidades, desapareció de él hace mucho. Colcultura (y ahora el joven Ministerio de Cultura) se han planteado constantemente alternativas a la figura del Salón, pero siempre desde parámetros muy cerrados, que no comprometen el postulado esencial: la Institución le »cumple« a los artistas mediante la realización de un gran evento (y/o de eventos similares en las regiones), y con este acto monumental, magnánimo y ruidoso, considera que ya »salieron de parte«: les hemos cumplido. En la Columna 5 (»Salones de Arte Joven«), intenté esbozar un análisis del sistema de cuotas regionales desde el punto de vista de las perversiones que una demagogia de lo participativo puede conllevar. A partir de discusiones con otros curadores, con artistas y con gestores al interior del ministerio, esbozo algunas propuestas para someterlas a discusión, si no completamente abierta, al menos desde esta misma Columna, cuya estructura de diseminación permitiría que quienes la reciban puedan responder directamente a mi dirección de eMail; mi compromiso sería el de editar las respuestas para redistribuirlas en una especie de foro abierto. 1. El gran evento Beatriz González decía en una ocasión que el Salón, con todos sus defectos, era sin embargo necesario porque marcaba un punto de referencia, y en esto tenía razón. Pero la dimensión referencial radica en la ausencia de otros hechos comparables, de igual manera que un edificio modesto resalta como monumento en un contexto de casas: su importancia radica en la ausencia de otros hechos comparables. El problema con el Salón, y más aún con el Salón en Corferias, radica en que su poder de convocatoria está falseado por las estadísticas de Corferias como centro de eventos, con su público cautivo que visita el recinto ferial como una especie de »paseo«. Kassel es una ciudad pequeña que se transforma radicalmente con ocasión de la Documenta; lo mismo le sucede al pueblo francés de Angouléme con su Salón de la Historieta: su capacidad de convocatoria es tal que los comportamientos ciudadanos se ven afectados por la realización del evento. A Bogotá le sucede lo mismo, pero no con el Salón Nacional de Artistas; este fenómeno se da con el Festival Internacional de Teatro, que es en realidad el gran evento artístico de la capital, el que logra que aquellas personas que no son habituales de la actividad teatral se vean directamente involucradas: nunca un Festival deja impasible al bogotano. La mayoría de quienes visitan el Salón lo hacen el día de la inauguración, o van solamente una vez. Si aceptamos este hecho, y jugando al juego del evento único, ¿porqué no concentrarlo en un fin de semana largo, diseminarlo por toda la ciudad, y destinar los significativos recursos que hoy se emplean en el alquiler de Corferias y en el montaje, hacia una estrategia de divulgación que involucre efectivamente a toda la comunidad y no solamente la artística?. En Paris se realiza en el mes de Septiembre el Dia de la Arquitectura. Para tal efecto la Ciudad pone gratuitamente a disposición del público una flotilla enorme de buses, cada uno de los cuales es guiado por un arquitecto o especialista, que recorren la ciudad siguiendo recorridos temáticos: uno es, por ejemplo, »el Paris de vidrio«; otro, las obras de Le Corbusier; un tercero, los nuevos proyectos en el barrio 19; otro más, los puentes de Paris, y así sucesivamente. Un gran evento tiene mayor cubrimiento si se realiza en toda la ciudad, pues en vez de jugar sobre el concepto de concentración, plantea el de la dispersión, con el interés adicional de permitir al ciudadano conocer sectores o espacios de la ciudad a los que no había tenido acceso. Cuando se propuso el pasado Salón Regional de Bogotá en la Estación de la Sabana, pensé que se desarrollaría una idea potencialmente interesante (un Salón-evento disperso en las diferentes estaciones de la sabana, y el tren - recuperación de un uso ciudadano que desapareció de nuestra memoria colectiva - como instancia de vínculo); sin embargo terminó siendo un evento muy similar en términos de concepto (el gran evento), a los Salones precedentes. Fué además sintomático que muchos artistas, olvidando aquel argumento que siempre se escucha en las discusiones sobre el rol social del arte, »la necesidad de acercar el arte a la vida«, hayan encontrado la estación »sucia« y el área »peligrosa«, y hayan forzado, finalmente, a la opción del recinto neutro para el Salón Nacional. 2. Los eventos en las regiones Los pasados regionales demostraron dos cosas: una, que siempre los mismos artistas (con contados »descubrimientos«) son escogidos para el Nacional; dos, que el nivel de las regiones sigue siendo un handicap para la participación en un concurso nacional, que es finalmente como se plantea el Salón. Basta con mirar los premios: es Wilson Díaz un artista formado en el contexto de su región? Lo fué Adolfo Cifuentes en años pasados? Una propuesta sería designar curadores para que, tras un trabajo de campo en las regiones, realicen exposiciones colectivas temáticas que intenten articular los diferentes discursos que están presentes en ellas. Pero se debería evitar que los escasos curadores locales curen las exposiciones en las ciudades en las que trabajan habitualmente, y más bien generar cruces radicales y cambios de contextos para su escogencia. La desventaja relativa del desconocimiento del medio local podría ser compensada por una instancia en la que no habría miradas amarradas o compromisos ineludibles, con la ventaja adicional que los nuevos artistas (al menos para el curador) tendrían la posibilidad de ser incluídos en las exposiciones que el curador realice mas adelante. La erosión de límites que caracteriza la situación del arte contemporáneo es válida en el momento de escoger miradas frescas sobre el medio artístico; una exposición curada por Víctor Gaviria (recordemos sus maravillosos textos sobre María Villa) tendría indudablemente un sesgo marcado, pero plantearía preguntas que tal vez un curador »tradicional« - esto es, desde la disciplina de la historia del arte - no llegaría a plantear con la misma agudeza. Tres de las exposiciones mas interesantes de los últimos años en Europa, sobre los temas de La Serie, El Cuerpo y la oposición entre Levedad y Peso, fueron curadas por el cineasta inglés Peter Greeneway. Otros posibles curadores: Héctor Abad Faciolince (¿leyeron el texto sobre José Antonio Suárez?), Andrea Echeverri, Armando Silva, Alfredo Molano... 3. El apoyo a la curaduría En el país no es posible estudiar Historia del Arte como una carrera profesional, con lo cual el espectro de curadores y críticos se reduce a aquellos que estudiaron en el exterior, o que provienen de otras disciplinas como la Filosofía, la Arquitectura o la Antropología. Un programa de becas que permitiera la formación es asuntos curatoriales en el exterior (por ejemplo en el programa de Estudios Curatoriales de Bard College en Nueva York, la maestría en Administración Cultural y Curaduría de Goldsmith's en Londres o los programas de curaduría que ofrecen instituciones francesas como el Magasin de Grenoble) sería beneficioso para el desarrollo del medio del arte en nuestro país. Se podría implementar un Premio Nacional de Curaduría, que se otorgaría a uno de los proyectos expositivos realizados durante en año en las instituciones públicas y privadas en todo el país, cuyo premio podría estar ligado al programa de becas antes enunciado. 4. Las exposiciones históricas Parte de la función de una exposición consiste en su rol de educar la mirada. Hace falta una exposición de corte histórico que intente evidenciar los cambios formales y conceptuales que se han dado al interior de la institución Salón a lo largo de sus 58 años de existencia, a través de los premios, menciones y obras que hayan generado discusiones o que hayan significado un cambio de actitud o de mirada; la antología de textos críticos editada por Camilo Calderón Schrader con ocasión delos 50 años del Salón en 1990 es un buen ejemplo de esta actitud, que debería sin embargo traducirse en una exposición exhaustivamente investigada e impecablemente producida. Estas exposiciones históricas ayudan a la comprensión de los procesos que han formado nuestra cultura visual: una muestra que intente reconstruir los referentes formales explícitos del arte colombiano, como por ejemplo las láminas europeas que ayodaron a definir la iconografía del arte religioso y popular del país hasta el siglo pasado (en el espíritu de la gran exposición histórica organizada en la pasada Bienal de São Paulo), sería un aporte importante en este sentido. 5. Ediciones Un programa de ediciones de monografías de artistas colombianos, que incluya entrevistas, una bibliohemerografía selecta y abundante material visual, sería un aporte significativo a la historiografía del arte colombiano, y facilitaría la promoción de nuestros artistas en el exterior. Algunos nombres: Miguel Angel Rojas, Antonio Caro, Bernardo Salcedo, El Sindicato, Carlos Rojas, Doris Salcedo, Oscar Muñoz ... 6. Curadores invitados Cada oportunidad de invitar a un curador o crítico como conferencista o jurado para un evento es una posibilidad de que se convierta en multiplicador de la difusión del trabajo de los artistas colombianos. En la escogencia se debe tener en cuenta el interés del curador en el arte de aquellas regiones que se encuentran fuera de los centros habituales de la actividad artística internacional, así como su capacidad de establecer vínculos con las instituciones. Las visitas de Carlos Basualdo y Octavio Zaya tuvieron un resultado concreto en la inclusión de artistas como Juan Fernando Herrán, Carlos Uribe, María Teresa Hincapié, José Alejandro Restrepo o Wilson Díaz en exposiciones y eventos de alto nivel; algo similar tal vez ocurra con la visita del curador mexicano Guillermo Santamarina. Pero podría tenerse una actitud mas activa, es decir, invitar curadores con el propósito explícito de organizar visitas de taller, en el mismo sentido en que países como Estados Unidos o Israel organizan cada año un itinerario para curadores de todo el mundo por sus museos,lo cual como estrategia tiene una innegable componente ideológica, pero que es efectiva en la promoción de sus artistas y de la actividad museal en general. 7. Otros espacios Es indudable que la falta de espacios para exponer tiene una influencia directa en el grado de actividad del medio. Ante la dificultad de crear nuevos espacios, se podría adoptar el modelo de las Salas Concertadas que se utiliza para el teatro, pero dirigido hacia espacios no convencionales o hacia museos regionales con el fin de que puedan acceder a proyectos de mayor envergadura que los que habitualmente realizan, y así asegurar que la actividad artística tenga un mayor cubrimiento y una mayor representatividad social. Bogotá, Diciembre de 1998.
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