Raúl Cordero. El juego de la imagen o la imagen en juego

Por Magda Ileana González

»Solo las personas superficiales juzgan por las apariencias.
El misterio del mundo no es lo visible sino lo invisible«
Oscar Wilde

Cuando vemos las obras de Raúl Cordero siempre nos surge una interrogante: ¿Raúl rescata historias vividas o más bien reconstruye historias a partir de argumentos que pueden ser reales o ficticios? o ¿quizás funcionen ambas cosas al unísono?, lo que no cabe dudas es que Raúl es un conocedor o más bien un manipulador de imágenes fascinado con la posibilidad de jugar con el espectador, sin embargo, su juego es un »juego limpio« que nos arrastra o nos hace cómplices de sus personajes-amigos-familiares que posan o no y quedan eternizados por la magia del obturador e inmortalizados en sus pinturas.

Raúl nos filtra una huella que »lo delata« constantemente en sus obras. Implicado y atraído enormemente por los recursos tecnológicos a los cuales tiene acceso como diseñador, sus pinturas, dibujos, instalaciones o videos parecen estar "diseñados". Cada elemento ocupa el lugar exacto, todo obedece a un estudio formal minucioso, Cordero busca la imagen perfecta o al menos busca »su perfección« en una era donde vivimos experiencias a partir de sucesivos simulacros.

Sus imágenes difuminadas, esfumadas, borrosas, están muy bien conceptualizadas, realizadas a partir de un código que logra impactar, donde todo y nada es emocional, lo que vale es la experiencia sensorial a partir de los comportamientos humanos que se exponen con una poética muy personal.

En este juego con la imagen Raúl actúa como un estratega que persigue un determinado efecto psicológico que el espectador deberá resolver a partir de la propia imagen que tenga de las cosas, de la vida cotidiana. En este lenguaje mascarado Cordero »anima« a sus personajes -amigos a narrar hechos, develar momentos de recuerdo y afecto común, pero el juego con la imagen deviene un »hobby« y constantemente introduce textos, elementos u objetos que tienden a lo ambiguo, a lo inverosímil. Con sus fotografías rescatadas, apropiadas y manipuladas o tomadas intencionalmente Raúl transgrede las estructuras de la percepción y nos proporciona una arqueología de imágenes que nos brinda nuevas maneras de ver las »vueltas de la vida«, vueltas que »giran« de manera diferente para cada uno de los »escogidos«, de ahí que sus representados aparezcan o desaparezcan como por un acto de magia.

Raúl Cordero cuida su imagen y nos alerta a preservar la nuestra; recordemos cuando pegó en los muros de nuestra ciudad miles de »avisos públicos« que nos instaban a »conservarnos en forma«, con una gran dosis de humor e ironía se leía lo siguiente: MANTENGA SU CUERPO ALEJADO DE SITUACIONES QUE USTED SABE QUE NO SON BUENAS PARA EL. ¿A cuáles situaciones hace referencia Raúl?, pienso que a situaciones humanas, banales, cuyo tema principal es el individuo, con un discurso que favorece el auto-descubrimiento y experimenta un sentimiento de compromiso ante el hombre y busca un equilibrio de situaciones que van desde lo más privativo y personal hasta aquellas de dominio público y colectivo.

Cordero ignora el prejuicio de »ser frívolos«, lo asume como una »categoría superior«, como un concepto cultural inherente al ser humano y es justamente esta actitud defensiva la que hace que sus trabajos sean autónomos y rompan los vínculos con otras obras de arte -demasiado contextuales- a las cuales estamos hoy día acostumbrados en nuestro panorama cultural.

Sus obras difieren de la concepción que considera esencial el contenido y accesoria la forma. Para Raúl su arte es una vía de auto-afirmación, la idea del contenido se torna un fastidio, se vuelve fariseísta, a pesar de que en sentido general hay un predominio del criterio opuesto que abusa de la idea contenidista como proyecto artístico consumado, de obligada interpretación. Y no es que me oponga a la idea de la interpretación en la obra de arte, pero en Raúl funciona como medio y no como un fin.

La fascinante sofisticación de las imágenes de Cordero subvierten ante el espectador un universo interior a través de sentimientos y asociaciones que se almacenan en su memoria individual para posteriormente reactivarse en pensamientos concretos. Raúl siente, aborda, pero no usurpa los poderes de transformación en el cuerpo humano. De esta forma su arte actúa como acto curativo en un proceso de exorcización, haciéndose partícipe del sentir de Christian Boltansky cuando este afirmaba: »Quiero sacudir emocionalmente a la gente y si piensan que hablamos de arte no les afecta«. (*)

Raúl conmueve por su traslucidez todas las emociones, los anhelos y las aspiraciones, que están virtualmente insertados en su discurso. La imagen es en Raúl Cordero un principio de decisión, una forma de voluntad que se expresa de una manera consciente, la imagen será el conjunto de reglas que determina el juego. Toda imagen no es sino una metáfora, y quizás en esto radique su originalidad, así como las palabras son claves de la metáfora, sus imágenes son símbolos metafóricos especulativos que actúan como decisión epistemológica. No quisiera finalizar sin antes »poner en juego« algunas de las imágenes que Raúl Cordero proyecta y que Nelson Herrera Ysla ha observado con gran lucidez cuando comentaba que:

»...Raúl Cordero es la modernidad. Ni pre ni post sino la modernidad que todos entendimos cuando estudiábamos arte, arquitectura, diseño y que ahora tiene a los críticos confundidos con tantos prefijos de moda. Sólo hay que verlo para darnos cuenta de que es como sus cuadros: una imagen que nos remite a otra y a otra. Cordero tiene varias lecturas. No sabemos si estamos frente a un adolescente fascinado con el heavy metal o ante un profesor de diseño industrial de una universidad italiana; no sabemos tampoco si sus cuadros son una suerte de fotografía lavada, difuminada, desleída o pinturas sin terminar, inundadas de opacidad y traslucidez. Cualesquiera de estas u otras interpretaciones se mueven, animan, traen a la memoria datos, fechas, personas que fueron un día y son, al lado de estrellas, letras, luces como si hubiera llovido de pronto en la realidad y la historia. Los amigos deberían ser así: modernos y polisémicos como Raúl«.

* Romano, Gianni. Vamos a contar mentiras. (entrevista a Christian Boltansky). Revista Lápiz, Madrid. Año 84, feb.1992. p.28-35.

Magda Ileana González es curadora del Centro Wifredo Lam

© Magda Ileana González

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